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lunes, 21 de diciembre de 2015

Farándula, de Marta Sanz.. Algunas expectativas


     Aún no he leído la premiada novela de Marta Sanz más que el capítulo que puede descargarse gratuitamente, pero de nuevo parecen surgir las relaciones entre el mundo animal y la política en esta novela que fue presentada al premio Herralde Faralaes y tarántula, pues farándula es, en palabras de la vieja actriz Ana Urrutia, «la síntesis de faralaes y tarántula».
     La propia escritora ha señalado la relación entre esta novela y Animales domésticos (Destino, 2003) para la que Marta Sanz  se inspira en Miau de Galdós, para retratar a una fmilia española de clase media y de paso descubrir el desencanto de la sociedad española contemporánea.
      En esta ocasión le toca el turno a los actores y se ve que Marta Sanz le gustan estas metáforas animalizadoras, sobre las que vuelve cuando habla de que el mundillo teatral se ha convertido en un reñidero de gatos.
      Algo más me ha llamado la atención de esta novela y es la visión caleidoscópica de la Puerta del Sol —quizás mejor, fantasmagórico panorama— que contempla la actriz Valeria Falcón cuando su tacón queda atrapado en una alcantarilla.
    Animalización, cosificación, fantasmagoría, son algunos elementos tras los que espero encontrar una novela ácida sobre nuestra realidad contemporánea.

jueves, 3 de diciembre de 2015

«Vampiro» un cuento de Emilia Pardo Bazán (II).

Como señalaba en la entrada anterior, el cuento que se inicia con rasgos de sainete o de entremés de cachiporra pronto muestra su verdadero carácter. Es verdad que, al principio, todo parece reducirse a una boda desigual entre un viejo indiano y una chiquilla de quince años, dispuesta a un sacrificio que no debe ser ni largo ni demasiado penoso, dadas las sencillas exigencias que demanda el marido: «sólo pedía a la tierna esposa un poco de cariño y de calor».
    Efectivamente, en los primeros días, la esposa no puede sentir sino piedad y deseos de responder como mejor pueda a sus deseos: «Día y noche —la noche sobre todo, porque era cuando necesitaba a su lado, pegado a su cuerpo, un abrigo dulce— se comprometía a atenderle, a no abandonarle un minuto. ¡Pobre señor! ¡Era tan simpático y tenía ya tan metido el pie derecho en la sepultura!». Tanta insistencia induce a pensar que el anciano tema no superar el invierno:
     «Lo que tengo es frío —repetía—, mucho frío, querida; la nieve de tantos años cuajada ya en las venas. Te he buscado como se busca el sol; me arrimo a ti como si me arrimase a la llama bienhechora en mitad del invierno. Acércate, échame los brazos; si no, tiritaré y me quedaré helado inmediatamente. Por Dios, abrígame; no te pido más».
La Jeune fille et la mort, tableau de Marianne Stokes, ca. 1900
      Pero el viejo oculta algo. Abriga una secreta esperanza que ha sido el motor de su matrimonio:

Lo que se callaba el viejo, lo que se mantenía secreto entre él y el especialista curandero inglés a quien ya como en último recurso había consultado, era el convencimiento de que, puesta en contacto su ancianidad con la fresca primavera de Inesiña, se verificaría un misterioso trueque. Si las energías vitales de la muchacha, la flor de su robustez, su intacta provisión de fuerzas debían reanimar a don Fortunato, la decrepitud y el agotamiento de éste se comunicarían a aquélla, transmitidos por la mezcla y cambio de los alientos, recogiendo el anciano un aura viva, ardiente y pura y absorbiendo la doncella un vaho sepulcral.

     Ese trasvase de alientos y almas que en vez de ser producto del amor y del deseo que incita al beso en Góngora, no es sino el fruto de un egoísmo sin compasión, el «de los últimos años de la existencia, en que todo se sacrifica al afán de prolongarla».
     Efectivamente, la muchacha muere antes de cumplir los veinte, mientras el anciano Fortunato busca nueva novia. El médico, Tropiezo, no acaba de entender lo ocurrido y los habitantes de la Galicia más profunda, esa en la que, como señalan Villanueva y González Herrán, se atisba la Galicia de Valle-Inclán, tampoco. De lo único de que están cierto es de que deben librarse cuanto antes de esa alimaña:  «De esta vez, o se marcha del pueblo, o la cencerrada termina en quemarle la casa y sacarle arrastrando para matarle de una paliza tremenda. ¡Estas cosas no se toleran dos veces!»
     La narración, no obstante, tiene un final inquietante y abierto —«Y don Fortunato sonríe, mascando con los dientes postizos el rabo de un puro»—, que plantea la posibilidad de que en otro tiempo, en otro lugar el vampiro encuentre nuevas víctimas. 

jueves, 5 de noviembre de 2015

«Vampiro» un cuento de Emilia Pardo Bazán (I).

Cubierta de la edición de El Libro Total.

      Efectivamente, «Vampiro» fue publicado por la autora gallega, Emilia Pardo Bazán (1851-1921), en el nº núm. 539 de la revista Blanco y Negro, 1901 y luego reunido en el volumen Cuentos del terruño, donde —como señalan en su estudio introductorio Darío Villanueva y González Herrán (2005)*— parece continuar la visión costumbrista de sus mejores novelas y tipos y motivos que ya habían aparecido en su libro de cuentos Un destripador de antaño; pero el tratamiento de motivos y personajes es diferente.
      En primer lugar, el título parece prometer historias como las que relataba Feijoo en sus Cartas eruditas y curiosas, de lo que ya me ocupé en otra entrada anterior, Feijoo, el duende, el vampiro, el redivivo y el brucolaco (III);  pero lo cierto es que el cuento de Pardo Bazán nos presenta a otro tipo de sanguijuela:

No se hablaba en el país de otra cosa. ¡Y qué milagro! ¿Sucede todos los días que un setentón vaya al altar con una niña de quince?

Así, al pie de la letra: quince y dos meses acababa de cumplir Inesiña, la sobrina del cura de Gondelle, cuando su propio tío, en la iglesia del santuario de Nuestra Señora del Plomo —distante tres leguas de Vilamorta— bendijo su unión con el señor don Fortunato Gayoso, de setenta y siete y medio, según rezaba su partida de bautismo. La única exigencia de Inesiña había sido casarse en el santuario; era devota de aquella Virgen y usaba siempre el escapulario del Plomo, de franela blanca y seda azul. Y como el novio no podía, ¡qué había de poder, malpocadiño!, subir por su pie la escarpada cuesta que conduce al Plomo desde la carretera entre Cebre y Vilamorta, ni tampoco sostenerse a caballo, se discurrió que dos fornidos mocetones de Gondelle, hechos a cargar el enorme cestón de uvas en las vendimias, llevasen a don Fortunato a la silla de la reina hasta el templo. ¡Buen paso de risa!

Todo es engañoso en este cuento y por eso hay que prestar atención al título de la colección en que los reunirá unos años más tarde: El fondo del alma (1907) y es que en estas fechas, el costumbrismo, el realismo plantean una visión francamente desfasada ya. Hace años que desde el Manifiesto de los Cinco contra La Tierra (1887) —en que cinco discípulos se desembarazan y repudian el magisterio de Zola— y la creciente influencia de la novela rusa, la narrativa camina hacia el denominado «Naturalismo espiritual» o, lo que es lo mismo, los derroteros de la novela sicológica, anticipada en cierta medida por Pepita Jiménez de Juan Valera.
Pero volvamos a «Vampiro». La edad y apariencia física del protagonista, los comentarios de los vecinos, parecen anticipar una muerte inminente. El ricachón Fortunato Gayoso no puede con su cuerpo y debe ser trastadado «a la silla de la reina», situación comentada irónicamente por el narrador: «¡Buen paso de risa!». Pero esa muerte anunciada —¿superará a la noche de bodas?, nos preguntamos— y esa comedia prometida están lejos de realizarse, como veremos en una próxima entrada.

* Darío Villanueva y José Manuel González Herrán, «Introducción» a Obras completas, X (Cuentos), Madrid, Biblioteca Castro, 2005.

martes, 27 de octubre de 2015

Sombras chinescas en Cádiz (I).

27 de octubre. Día del Patrimonio Audiovisual.
En algún momento de nuestra vida casi todos hemos jugado a proyectar sombras con nuestras manos en la pared. Recuerdo cómo mis padres nos enseñaban y distraían con esa habilidad tan recurrida en una casa con tantos niños. Las sombras chinescas requieren una puesta en escena más compleja, pero relativamente sencilla para los titiriteros ambulantes que trataban de ganarse la vida en el siglo XVIII.
     Como recuerda Varey en su forma moderna lo trajo el alemán José Brunn cuando en 1779 llegó a Madrid procedente de Francia con su máquina alumbrada con candilones de aceite para proyectar «diferentes sucesos» en una pantalla fabricada con papel encerado. La proyección podía ir acompañada de diversos efectos como «los relámpagos para la tempestad», mencionados en la cuenta del tramoyista, lo que hace suponer a Varey que se trataba de «la escena predilecta de los teatritos de sombras chinescas, La borrasca en el mar».

Figuras del teatro de sombras, El puente roto
      No tardan mucho en llegar a Cádiz estos espectáculos, pues ya Juan Ignacio González del Castillo (1763-1800) se refiere a esta diversión en su sainete Los jugadores, que debió escribir por esas fechas; pero las noticias más continuadas las ofrece el Diario mercantil de Cádiz, desde 1803. Curiosamente es otro alemán, Francisco Silverio, el que se trae su repertorio de sombras a la ínsula gaditana.
Diario mercantil de Cádiz. 1803. Diversiones públicas.
Las sombras se populizarían a lo largo del XIX y variarían su repertorio introduciendo efectos cada vez más complejos para mantener la atención del público.


Teatro de sombras S. XIX



domingo, 25 de octubre de 2015

Cangrejos en la sátira política (II)

Como señalaba en la entrada anterior, el motivo no es nuevo y la clave se halla en los siguientes versos:     
                                                            —Remediemos, decían, 
                                                            Abuso tan notable, 
                                                            Haciendo que los hijos 
                                                            Eviten el defecto de los padres.
                                                            Así lo decretaron
                                                            Los diputados todos,
                                                            Menos algunos rancios
                                                            Montados al estilo de los godos.
                                                           
En la fábula griega «El cangrejo y su madre», aparece el motivo del cangrejo, que en este caso anda de lado, al que su madre le reprocha que no ande derecho. José Agustín Ibáñez de la Rentería reelabora el tema en las Fabulas en verso castellano (1789):

                                                Al Cangrejo su Madre reprendía 
                                                Porque andaba hacia atrás, y respondía: 
                                                No entiendo, Madre, lo que usted me manda, 
                                                Porque yo ando lo mismo que usted anda.

     Como señala Santiago Talavera, Ibáñez subraya en el epimitio —moraleza situada al final de la fábula—, la importancia del ejemplo como clave para la enseñanza: «Que bien dijo contemplo / pues la lección es el ejemplo».
     Otra versión más reelaborada es la de Iglesias de la Casa «El abuso rancio o el cangrejo» que se separa mucho de la fábula griega y la amplía notablemente. Como ha señalado Durán «De cangrejos y retrógrados» (2012), es interesante la vinculación con el adjetivo «rancio», que será el despectivo con el que se identificará a los absolutistas o serviles, en la misma medida que otros como «rutineros», «pancistas», «reaccionarios».
     Jérica identificará precisamente la resistencia de los cangrejos con los «diputados rancios»:
                                                            Diéronles mil lecciones;
                                                            Pero fueron perdidas,
                                                            Porque ninguno quiso
                                                            Dejar costumbre tan maldita.

El escritor de Vitoria, fiel a la brevedad de la fábula clásica identifica también en la última estrofa la actitud díscola cangrejil con la del judío indultado con preferencia a Jesús, de modo que de alguna manera se sataniza a los pueblo involucionistas, atribuyéndoles cualidades perversas en extremo.

                                                            ¿Habrá pueblo en Europa
                                                            Tan dado a Barrabás,
                                                            Que quiera a lo cangrejo
                                                         marchar siglos y siglos hacia atrás?

lunes, 19 de octubre de 2015

Cangrejos en la sátira política (I)

Según la mitología griega, mientras Hércules luchaba con la Hidra de la laguna de Lerna, Hera envió un cangrejo gigante que habitaba en la misma laguna con la intención de que Hércules se despistara y así la Hidra pudiera acabar con él. El cangrejo no logró su intento y fue aplastado, pero Hera decidió recompensar su esfuerzo transformándolo en una constelación.

Carcinos atacando a Hércules. Detalle de lécito o vaso griego (500-475 a. C) del Museo del Louvre.
No obstante, no es esta referencia mitológica la que domina en el bestiario político que circula en España en los años de las Cortes de Cádiz, sino que se alude a su particular forma de andar, como recoge la fábula «Los cangrejos» de Pablo de Jérica y Corta:
                                                             En yo no sé qué parte 
                                                           Formaron los Cangrejos,                                                                                                                           Hace ya bastantes años, 
                                                             Una cámara baja o parlamento. 
                                                             Reunidos que fueron, 
                                                             Nombrado el Presidente, 
                                                             Y abierta las sesiones 
                                                             Del modo más formal y solemne, 
                                                             Notando los abusos 
                                                             Más dignos de reforma, 
                                                             Dijeron los más sabios 
                                                             Trozos divinos de elocuente prosa:
                                                             —Entre nosotros siempre 
                                                             Lo más notable ha sido, 
                                                             No andar hacia adelante, 
                                                             Sino hacia atrás,
                                                             por no sé qué capricho.
      Evidentemente, el Parlamento al que se refiere Jérica es el constituido por las Cortes españolas primero en la Isla de León, actual San Fernando, y luego en Cádiz; pero el motivo del cangrejo y su caprichosa forma de andar no es nuevo, como veremos en próximas entradas. En todo caso, lo que se subraya en la fábula de Jérica es que se trata de una práctica abusiva que necesariamente debe ser erradicada.
     Seguiremos con este motivo animal en la siguiente entrada.

sábado, 10 de octubre de 2015

«Los surcos del azar», de Paco Roca (II)

Portada de la edición francesa con el título de La Nueve. Ed. Delcourt

      Como comentaba en la entrada anterior, Los surcos del azar, de Paco Roca, que fue publicada también por la editorial francesa Delcourt, con el título de La nueve, consta de once capítulos. De los cinco primeros ya he hecho alguna mención, el sexto es el «Sábado / Regreso a Europa», un breve capítulo sobre el viaje por mar, tan diferente al realizado en el barco que los condujo a África.
        El séptimo, «Sábado tarde / La invasión de Francia», narra el desembarco en Escocia, el traslado a York y luego a Southampton  y a la famosa playa de Utah, desde la que los españoles se unieron a las tropas de Patton en su difícil camino a París. El relato no solo habla de las emboscadas y minas, también de cómo los americanos les auxiliaban en el arreglo de tanques y otras dificultades a cambio de prisioneros alemanes con los que conseguir permisos. De vez en cuándo asoma el orgullo del combatiente, pues la experiencia de los españoles significó la posibilidad de ir en cabeza para evitar la huida de los alemanes.
     En el VIII, «Lunes / Écouché asegurada», se pone de relieve el valor de La Nueve para mantener bajo control a los alemanes hasta la llegada de los americanos, aunque fue Motgomery quien se atribuyó la victoria. Después de unos pocos días de merecido descanso que utilizaron también para reorganizar la compañía, en el capítulo IX «Lunes tarde / Directos a París», se narra el regreso al combate.
     Miguel cuenta a Paco cómo fue De Gaulle quien convenció a los aliados de la necesidad de liberar París por motivos estratégicos. Los aliados se resistían al considerar que retrasaría la marcha hacia Alemania, pero la existencia de puentes blindados que permitiría el avance más rápido de las tropas terminaron por convertirse en una razón de peso.
     Una vez llegados al Ayuntamiento y en medio de la celebración popular, que tantas vueltas ha dado en los medios, Miguel se reencuentra con Estrella, la joven española que había conocido en el viaje hacia Orán. Estrella había logrado regresar a París y combatir al lado de la resistencia. Miguel recuerda el reconocimiento que logró La Nueve en el desfile triunfal de De Gaulle y cómo sustituyeron la bandera fascista del consulado español por la republicana.
     La anécdota que inaugura el capítulo X «Lunes noche / Camino de Madrid» es la fiesta de Hemingway en honor de la liberación parisina, donde acude con Estrella y sus compañeros de columna. La guerra sigue su curso hasta que en una patrulla rutinaria por  el campo tres de sus compañeros caen en una emboscada. Entonces Miguel decide abandonar La Nueve y marchar a España con ayuda de Estrella; pero la suerte vuelve a darles la espalda.
       Por último, en el XI, «Martes / Los sin Patria» se alude a que los españoles fueron los únicos soldados que, al terminar la segunda guerra, no pudieron volver a un país que los acogiera. Entre ellos, Miguel, que decidió finalmente cambiar de nombre y de vida, para desaparecer de la historia y refugiarse con sus recuerdos, o su consciente desmemoria, en Francia.
       Los surcos del azar es todo eso y mucho más. No es solo una novela gráfica de guerra es, sobre todo, el encuentro de un hombre con su pasado, el enfrentamiento con cada una de sus decisiones, la aceptación de que los ideales no se alcanzan plenamente y de que, en el caso español, sin el concurso de la ONU la lucha contra Franco era imposible.
      En la conversación con Paco, Miguel también es capaz de descubrir las miserias de la guerra, pero en los detalles del dibujo también se descubren otros muchos aspectos como la soledad voluntariamente abrazada por el anciano, las pequeñas anécdotas de la vida hogareña, las reticencias de quien se siente juzgado por otra persona que no ha vivido la dureza del combate a muerte y, finalmente, la reconciliación con el pasado y la gratitud por la recuperación de la memoria.
      En fin, recomiendo vivamente la lectura de Los surcos del azar, porque esa memoria individual es también parte de nuestra memoria colectiva, parte de una historia que no debemos ignorar. El acierto en la conjunción de la narración y la maestría del dibujo favorecerá seguro su recuerdo.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Fauna política

Cada año, cuando comienzo el curso, procuro plantearme alguna idea nueva que sirva de leit-motiv para estos «Trasteos hipertextuales». En esta ocasión, a raiz de una serie de trabajos de investigación, y el comentario de un colega, me he planteado la posibilidad de convertir parte de este blog en una serie de animalario alegórico, una especie de bestiario, con particular atención a su implicación política.
      La sátira, la caricatura política, ha optado con mucha frecuenta por la metáfora degradadora bien de tipo cosificador, bien de suerte animalizadora. De eso sabía mucho, entre otros ilustres escritores Bartolomé José Gallardo que, desde su periódico la Abeja española —metafórico ya en el título—, trataba de aguijonear a los reticentes al cambio político, los inmovilistas o reaccionarios que se resistían a abandonar el sistema del Antiguo Régimen que tantos privilegios les otrogaba. No es, desde luego, una idea original, pues la Revolución francesa sirvió de escuela también para la caricatura política. Y en España, Goya se inspiró en las fábulas de Samaniego para sus caricaturas políticas.



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       Esta línea de investigación, sobre la que seguiré hablando en futuras entradas, se ha visto actualizada recientemente con motivo de la campaña que culminará mañana con celebración de las elecciones catalanas; si bien es cierto que algunos políticos han sustituido la metáfora animalizadora por otro tipo de alegoría ficcional, relacionada con el lenguaje convencional empleado en las películas de indios y vaqueros. Un lenguaje, por cierto, en el que los indios también utilizan con frecuencia las metáforas animalizadoras, aunque no con intención degradadora.

jueves, 10 de septiembre de 2015

«Tocaoras»: Un documental imprescindible de Alicia Cifredo.

    
Fotograma de Tocaoras. Fuente: Cinemaadhoc
      Debo comenzar advirtiendo que no soy experta en guitarra flamenca y que hablo desde mi corta experiencia y conocimiento en esta materia. Un tema en el que me he introducido por la conexión que existe entre mi área de conocimiento la Literatura española —con especialización en los siglos XVIII y XIX— y el flamenco. Asunto al que ya me he referido a propósito de los Sainetes de Juan Ignacio González del Castillo, del último tercio del siglo XVIII,  de Don Álvaro o la fuerza del sino (1834), del Duque de Rivas y del «género andaluz».
      Cuando Alicia Cifredo me habló del estreno en «Alcances» de este documental de «La Voz que yo amo» y«La Zanfoña Producciones», inmediatamente despertó mi curiosidad, porque como ya he comentado en este blog, mis investigaciones me han conducido a encontrarme con alguna noticia sobre la presencia de la mujer tocaora a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Desde luego no se trata de una profesional ni de una mujer que toque la guitarra clásica —al menos no en esta ocasión—, pues lo hace acompañándose para cantar un juguete o capricho en el curso de una tonadilla.
      En este caso, la tocaora, Francisca Valdibia, es una actriz de la compañía de la Isla de León, que puntualmente ejecuta el toque de este instrumento en varias ocasiones. La noticia de esta actuación es de 1805 y luego he averiguado que, como actriz, pudo formar parte de la compañía de los Reales Sitios, en el año 1798-99 y luego de la compañía de Sevilla en 1800 (Moreno Mengíbar). La epidemia que asolaba a Cádiz en esas fechas explicaría que luego se integre en la compañía de Peralta en Granada, como segunda dama de versos y «dama de música» y «graciosa de cantado». Y, quizás, sea la que con ese nombre figura en la Compañía del Príncipe el 18 de agosto de 1808.
      En todo caso, lo importante es que la noticia lo reseña como algo natural —no se destaca su condición femenina—, aunque también es cierto que aún no se ha producido la profesionalización del tocaor.
       De vuelta al documental de Alicia Cifredo, más allá de lo que he comentado en las redes sociales —dos horas de emoción, sensibilidad, contenidos bien seleccionados, cuidadas imágenes, música vibrante y un buen montaje con un ritmo que hacen olvidar las casi dos horas de duración—, me parece justo añadir que el guión está muy trabajado, el contenido persigue —y creo que lo logra— deshacer tópicos, pero siempre con un contrapunto respetuoso con las personas que defienden ideas que hoy nos pueden parecer muy anticuadas, pero que siguen muy enraizadasy muy vivas en determinados sectores de la sociedad; no obstante el respeto a las personas no impide desmontar las falsas creencias. El documental «Tocaoras» trata de poner al descubierto esas rémoras, pero sobre todo nos da luz, nos informa, acerca de las muchas mujeres que hoy se muelen los dedos tocando la guitarra y que lo hacen bien, con pasión, con sabiduría, con la energía necesaria —o la que tienen y suplementan con otras virtudes— y la sensibilidad imprescindible. Mujeres que se han iniciado —en muchos casos— en los conservatorios, para adquirir concimientos —conscientemente o no— de guitarra «clásica»; otras que han aprendido al modo tradicional, la enseñanza de sus mayores; en todo caso, mujeres que han luchado por hacerse un hueco respetable en una actividad profesiónal considerada eminente e incuestionablemente masculina y que lo han conseguido, a pesar de prejuicios, a pesar de la invisibilización de la sociedad —a veces también de instituciones y administraciones públicas— y contra todo pronóstico. Una práctica del toque a la guitarra que tuvo comienzos muy difíciles, generalmente ligados al autoacompañamiento de la cantaora flamenca, o de una afición desmedida de la joven tocaora que en los años 50 y 60 ni la familia ni mucho menos la sociedad reeducada en los ideales de la Sección femenina podía admitir ni apoyar. Un toque que sigue las modulaciones del cante, pero que tambien puede acompañar al baile o incluso, aunque estos es mucho más difícil, erigirse en protagonista de un concierto en solitario.
      Lo cierto es que este apasionante recorrido no parece dejar un solo resquicio, pues también se rescata la experiencia de la artesanía de la construcción de la guitarra de una luthier femenina. Magnífica también la interpretación casi al final de la entrevista realizada por Carmen de Burgos a la tocaora Adela Cubas.
      Por último, vuelvo a reivindicar el trabajo de Vincianne Trancart, de la Université Sorbonne Nouvelle – Paris 3, que me permitió asomarme a un mundo era para mí prácticamente desconocido, a través de su capítulo «Las tocaoras de flamenco en la Andalucía de finales del siglo XIX: similitudes y discrepancias entre prácticas y representaciones», que pueden leer en el libro que edité en 2014 con mis compañeras Mª Isabel Morales y Gloria Espigado: Resistir o derribar los muros. Mujeres discursos y poder en el siglo XIX, publicado por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, con el propósito de contribuir a la visualización de las mujeres de aquella centuria y poner al descubierto los prejuicios sobre los que se asentó el modelo femenino sancionado por el poder patriarcal. La obra completa puede consultarse en línea y descargarse completa, así como el índice aquí.      
       Si hubiera que poner algún reparo a Tocaoras, diría que la voz académica queda reducida a la intervención —muy bien documentada y medida— de Josemi Lorenzo Arribas: alguna voz femenina, como la de Cristina Cruces, mi colega Vincianne Trancart o cualquier otra, hubiera servido para lograr ese equilibrio que se alcanza con la intervención de tocaores, cantaores, musicólogos, críticos y aficionados.
       En fin, en cualquier caso, no se pierdan «Tocaoras» o se arrepentirán.

Les dejo la pequeña presentación que hace Alicia Cifredo en Youtube.

martes, 8 de septiembre de 2015

El teatro pintoresco de Cramer en Cádiz


Allá por la primavera de 1824 la ciudad de Cádiz recibía la visita de Cramer y su teatro pintoresco y de perspectiva, pero previamente, como señala Cornejo, Cramer ––asociado con Maffey–– presentó su espectáculo durante el verano de 1817 , en el local de la Posada de la Academia, detrás del Pópulo.  La de Cramer era una compañía ambulante que había pasado por Barcelona, Valencia, Alicante, Lisboa, La Coruña y, en Madrid, había actuado en el Teatro de la Cruz el año 1820 (Varey 1972, 228, lám. 10). En esta ocasión Cramer enseñaba una vista de la ciudad y puerto de Cádiz con los principales edificios, castillo de santa Elena, Alameda, telégrafo, entrada de buques etc., concluyendo con transformaciones y bailes.

Recomiendo los trabajos de Carmen Pinedo Herrero, para conocer más sobre las andanzas de Cramer y Maffey.

miércoles, 26 de agosto de 2015

«Los surcos del azar», de Paco Roca (I)

Portada de la edición española de Astiberri

     No es la primera vez ni será la última, espero, que asome a estas páginas la novela gráfica y lo hace de la mano del que considero uno de los maestros del género, Paco Roca. De él leí hace algunos años la afamada Arrugas, que fue luego llevada al cine. Ambas historias tienen en común el recuperar las vivencias de gente mayor; en el primer caso, al aproximarse con enorme sensibilidad a un problema como es la pérdida de la memoria que puede afectar a cualquiera que tenga la fortuna, con todos sus problemas, de llegar a una edad avanzada; en el segundo caso, se trata de las experiencias vividas por un grupo de combatientes españoles durante la Segunda Guerra.
     Como Paco Roca señala al final del libro, la historia surge después de haber conocido en el Insituto Cervantes de París a dos excombatientes de La Nueve, una columna integrada por exiliados republicanos que combatieron en Francia tras la Guerra Civil española, de los que muchos procedían de campos de trabajos argelinos o eran desertores del ejército de Petain, bajo el mando del capitán Buiza, dentro del Cuerpo Franco de África.
      Según manifiesta en una entrevista, Paco Roca se ha documentado y ha cuidado todos los detalles para trasladar al lector una historia que quiere ser lo más fiel posible incluso en sus más pequeños pormenores, aunque no faltan, desde luego los elementos de ficción, como es el de incluirse entre los personajes de su obra, al tiempo que la historia de esta búsqueda para hallar la necesaria documentación y, sobre todo, a algunos testigos de la historia real.
      La novela, precedida por unos versos de Antonio Machado, de donde procede el título «Para qué llamar caminos a los surcos del azar» está dividida en once capítulos, distinguidos por un día de la semana en que tiene lugar la entrevista y un subtítulo que resume el relato del republicano Miguel Ruiz: «Martes / El Fin», «Miércoles / El exilio» —con el traslado en el Stanbrook a África—, «Jueves / La cárcel de arena» —la permanencia en un campo de trabajo en Orán—, «Viernes / A las armas de nuevo» —que incluye, al principio de este capítulo, con la advertencia entre paréntesis de «visión simplificada», cinco mapas con los distintos rumbos que siguieron los exiliados republicanos entre 1939 y 1942, en sucesivos hitos desde el final de la guerra al desembarco aliado en África—, «Viernes tarde / El ejército de la Francia Libre» —después de ser instruidos en Sidi Ferruch, los españoles lucharían bajo el mando del general Leclerc y el capitán Buiza—.
      En próxima entrada seguiré el comentario de esta novela gráfica.

martes, 18 de agosto de 2015

Rafael Chirbes, Tavernes de Valldigna (Valencia), 1949 - 2015)

Difícil es seleccionar unas cuantas líneas, para tratar de hacer un homenaje a un gran escritor, al que tuve la oportunidad de conocer con motivo de una de las «Presencias literarias», celebradas en la Universidad de Cádiz el 23 de octubre de 2008; una ocasión, por cierto, que sirvió también para que él renovara el contacto con nuestro común amigo Alberto González Troyano, a quien había conocido durante sus años de enseñanza en Marruecos.

Acababa de recibir el Premio Nacional de la Crítica 2007, por su novela Crematorio, que luego serviría para inspirar una serie televisiva sobre la destrucción del litoral y la especulación inmobiliaria. Por entonces, yo apenas conocía su labor de articulista en la revista Sobremesa, y algunos de los artículos de viaje reunidos en Mediterráneos
     En la comida que pude compartir con él y otros compañeros de la Universidad tuve la ocasión de conocer a un sabio, entrañable y humilde, como lo son los verdaderos, buen degustador de vinos —nos descubrió el Hécula, que después tanto hemos cultivado y recomendado a familiares y amigos Alberto Ramos y yo—, aceites y otros productos mediterráneos, y un apasionado tejedor y destejedor de los hilos de la historia que unen tantos productos, tantos instrumentos relacionados con la cultura popular a lo largo de los siglos. Algo de eso se trasluce en la visión de la charca sobre la que se concentra buena parte de la trama de su última novela, En la orilla; una visión densa, compleja, preñada de emociones y sabiduría, donde al mismo tiempo profundiza en esa perspectiva de la crisis que reflejara en Crematorio:
     «Aquí fue donde, por primera vez, cebé el anzuelo, arrojé el sedal y cobré un par de peces diminutos (no recuerdo de qué especie, una lisa, una tenca, imagino) que mi abuela preparó esa noche para cenar. Un guiso de patatas, ajo, pimentón dulce y una hoja de laurel. Estos dos son para el niño, que los ha pescado. De vuelta a casa, empezó a llover, y tuvimos que refugiarnos en una construcción en ruinas, donde habíamos guardado la bicicleta. Cuando vimos que no dejaba de llover y el cielo estaba cada vez más oscuro, mi tío se atrevió a coger la bicicleta, conmigo sentado en la barra, me envolvió en el capote de caucho cubriéndome también la cabeza, la lluvia acribillando la supèrficie y yo metido en aquel envoltorio como en una estufa; del cuerpo de mi tío me llega el vaho caliente, oigo estallar en la superficie del caucho los goterones de lluvia cada vez más densos. En esos días otoñales de gota fría, o durante el invierno, llega hasta el fondo del marjal el mugido del mar, cuyas aguas altas hinchan las del pantano: el oleaje penetra por las bocas del río y de los canales de desagüe y el espejo del lago se rompe en mil pedazos que, como hechos de brillantes esquirlas de un metal líquido, se juntan y separan nerviosos, cambiando continuamente de forma y de posición. El marjal cobra vida, todo es movimiento: el agua, las cañas, los matojos, todo se agita. Lo he visto decenas de veces, pero los recuerdos se concentran en la tarde en que de repente se oscureció el cielo y el día viró a una noche extraña, bañada por lívida luz que parecía brotar de la superficie del agua». 

     Pronto llegará la gota fría y el invierno y, a través de su literatura, podremos imaginar a Chirbes acudiendo a zambullirse de nuevo en las aguas del Mediterráneo.

lunes, 10 de agosto de 2015

Constancia de la Mora, «Doble esplendor». Autobiografía de una mujer española (1906-1923) (III). La cuestión catalana.

Proclamación del Estatut en 1934. Fuente: S.I. de Investigadores del Fascismo.

     La verdad es que con todas las limitaciones de una autobiografía, las páginas de este libro, al que he dedicado otras entradas anteriores, no tienen desperdicio. Las vivencias de Constancia de la Mora, republicana, de origen aristocrático, resuelta a garantizarse su independencia económica, que profundiza en su ideología republicana al poderse casar, una vez que la República aprobó las leyes del divorcio, con el aviador Ignacio Hidalgo de Cisneros y que lucha denodadamente al lado de las víctimas del fascismo, constituyen un relato fascinante. Ahora que tanto se habla de la cuestión catalana, me parece súmamente acertada la visión que ofrece del problema catalán a la altura de 1931:
     «La cuestión de Cataluña era, a pesar de todo, menos compleja que otras con las que tuvieron que enfrentarse las Cortes. Durante varias generaciones, los catalanes habían soñado obtener su automomía; pero a veces estos mismos sueños habían sido utilizados para sus propios fines, por políticos que deseaban tener en sus manos al pueblo de aquella región, tanto para explotarlo como para que pesase más del lado de la reacción en España. Con el nuevo régimen, Cataluña podía ondear su bandera y hablar su idioma. Algunos meses más tarde las Cortes de la República aprobaron el Estatuto, que la había de regir en Autonomía. El verdadero pueblo de Cataluña no quería separarse de España. El proletariado catalán comprendía demasiado bien que, si hasta entonces había sufrido explotación, de ésta eran responsables tanto o más que el Gobierno central de España, los grandes industriales y financieros catalanes, que fueron los que llamaron a un Martínez Anido y pusieron en el Gobierno a un Primo de Rivera. Al fin y al cabo la Monarquía había oprimido y desgobernado por igual a los pueblos de todas las regiones de la península.
     Los Ministros del gobierno Provisional que se trasladaron a Barcelona, en los primeros días de la Repúbica, para entrevistarse con Francisco Macià, el "abuelo" de los catalanes, fueron recibidos en todas partes con grandes muestras de simpaía y entusiasmo. No había ningún motivo para que los pueblos de España no permanecieran fraternalmente unidos en un régimen de libertad y democracia».
      Más adelante lamentaría que estos nacionalismos hubieran enfrentado y terminado por dividir a España en unos momentos en que lo fundamental habría sido la lucha contra el fascismo.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Constancia de la Mora, «Doble esplendor». Autobiografía de una mujer española (1906-1923) (II).

     El capítulo III de Doble esplendor sobre el que ya hablé en otra entrada anterior es, sin duda, muy atractivo. Se nota que Constancia de la Mora lo ha cuidado y mimado y que se ha documentado para complementar sus vivencias con datos que respalden sus juicios. Así sucede cuando ofrece los datos estadísticos de 1935 sobre la distribución de la tierra, tres años después de aprobada la Ley de Reforma Agraria en España. Las cifras son elocuentes:
     - Gran propiedad (Fincas mayores de 200 Hectáreas) 7.468.029 hectáreas.
     - Mediana propiedad (Fincas de 10 a 200 Hectáreas) 2.339.957 hectáreas.
                                       (Fincas de 10 a 100 Hectáreas) 4.611.789 hectáreas.
     - Pequeña propiedad (Menores de 10 Hectáreas) 8.014.715 hectáreas.
Constancia de la Mora y Zenobia Camprubí en una foto de los años 30. Fuente: El Cultural de El Mundo.

     «De este modo —asegura—, el 33% de la extensión TOTAL de España se encontraba en manos de terratenientes, en su enorme mayoría absentistas, que vivían en las grandes ciudades, de las rentas de sus tierras».
Pero «la resistencia de las clases privilegiadas» a la  la Reforma Agraria proyectada fue casi invencible. «No se avinieron a sacrificar un ápice sus posiciones egoístas» —afirma— y los campesinos se quedaron esperando la tierra prometida por la República.
     Del problema del ejército, Constancia de la Mora acusa directamente a Azaña, porque sus medidas que en teoría debían favorecer el retiro de los jefes y oficiales «se hizo al albur y según la voluntad de cada uno, sin tener en cuenta ni la capacidad ni los sentimientos políticos de los interesados», de modo que solo unos pocos de los desafectos a la República se retiraron y lo hicieron con el fin de «influir cada vez más en la política y empleando sus interminables horas de ocio en conspirar contra el régimen que tan generosamente les había asegurado el sustento».
     Más adelante se refiere a las dificultades de resolver el problema de la Iglesia y la separación del estado, pues la Iglesia era rica y poderosa. Las órdenes religiosas controlaban la educación, no había suficientes maestros «republicanos» preparados. Los Jesuitas eran dueños de minas, líneas de navegación, de compañías elecxtricas, de ancos, hoteles, periódicos, estaciones de radio, ferrocarriles y tranvías». Con una parte de ese capital, la Compañía de Jesús financiaba la Confederación Católica Nacional Agraria que contaba con «setenta publicaciones periódicas y de cinco diarios» dedicados a impedir que los campesinos se uniesen en sindicatos.

martes, 28 de julio de 2015

Constancia de la Mora, «Doble esplendor». Autobiografía de una mujer española (1906-1923) (I).

     Reconozco que no tenía ni idea de la existencia de este libro ni de su autora. Un buen amigo me recomendó su lectura porque estaba convencido de que me interesaría y así ha sido. Su lectura me ha recordado en parte la vida de otra mujer, Isabel Oyarzábal, sobre quien ha publicado un interesantísimo y documentado trabajo mi compañera y amiga Amparo Quiles.
     Ambas, Isabel Oyarzábal Smith (Málaga, 1878 - México D.F., 1974) y, de una generación más joven,  Constancia de la Mora Maura (Madrid, 1906 - Guatemala, 1950), tuvieron una infancia diferente a la de otras chicas de su época, ambas vivieron una etapa en Málaga —aunque Constancia nació y residió durante sus primeros en Madrid, pues su abuelo era el jefe del Partido Conservador, Antonio Maura— y ambas tuvieron una temprana experiencia vital fuera de España. Isabel viajó con frecuencia a Escocia, de donde procedía su madre, y Constancia consiguió que le permitieran educarse en un colegio femenino en Cambridge, donde no tuvo que seguir soportando la ignorancia y el silencio que imponían la rigurosa y anticuada disciplina del madrileño Colegio de las Esclavas. Constancia permaneció en Inglaterra tres años entre 1920 y 1923, es decir, entre los 14 y los 17 años, una etapa crucial para una joven. La libertad a la que se acostumbró allí le hizo desear escabullirse de un matrimonio impuesto y apostar por buscarse un empleo con el que mantenerse, pero sus padres no lo entendieron ni lo permitieron y la obligaron a volver a Madrid para dedicarla a la caza y captura del «soñado» esposo. 

     Lamentablemente, los intentos por evitar un matrimonio concertado por sus padres la llevaron a casarse con un flojo y pusilánime malagueño, al que pronto sólo le uniría la hija de ambos. Constancia, tras superar los prejuicios derivados de su arraigada convicción de que el matrimonio era para siempre,  logró librarse del lastre marital y labrarse un futuro propio. Este nuevo amanecer vital coincidió con lo que ella denomina en el tercer capítulo de su autobiografía el «Despertar de España». Es el momento en que logra llevar las riendas de su propia vida, en que conoce a otras mujeres igualmente luchadoras e independientes, como Zenobia Camprubí, y en el que ella misma descubre la política, al tiempo que el país conoce un nuevo régimen, la República. 
     Desde su experiencia, Constacia rememora las encontradas emociones que suscitó la proclamación del nuevo gobierno: 
     «La mayor parte de la nación, los campesinos, los obreros, la gran mayoría de la pequeña burguesía, compuesta de modestos comerciantes, industriales y empleados, junto con los interlectuales más destacados, se dispusieron a defender la República. Los ricos y todos aquellos, que hasta entonces, habían gozado de privilegios que procuran el poder y el dinero, los grandes industriales y financieron, los terratenientes, la nobleza, las órdenes religiosas y los altos dignatarios de la gilesia con la mayor parte del clero (aunque no todos los curas de aldeas), se colocaron en contra».
      Cabe aclarar que, para entonces, Constancia había tomado conciencia de la pobreza en la que vivían los campesinos, incluso aquellos que trabajaban en las propiedades de su familia, había conocido de primera mano en qué consistían la «caridad» y el apostolado que practicaban las señoras de clases elevadas,  como su madre, a la que hubo de acompañar en numerosas ocasiones. Todo esto, junto a la circunstancia de que algunas de esas experiencias las viviera también en compañía y con la mirada incrédula de su amiga británica, le hizo adquirir mayor conciencia de su situación privilegiada y de la necesidad de un cambio, de una regeneración, que solo podía venir de la mano de la acción política.
   «Al regresar aquella noche de casa de mi tío Miguel, comprendí que había unido mi suerte a la de los que estaban dispuestos a defender la libertad de España».  
     Y añade unas líneas más abajo, un dolorosa sensación, que no puede asegurarse que fuera una toma de conciencia real y premonitoria o quizás una reflexión derivada de quien escribe después de una dura experiencia:
     «Pero comprendí también que antes de que España fuese verdaderamente libre nos esperaban años muy duros».

lunes, 20 de julio de 2015

Congreso «Enrique Gil y Carrasco y el Romanticismo».

          Fructífero encuentro el que mantuvimos la semana pasada en el Bierzo con motivo del año Romántico y el congreso que nos reunió en torno a la figura de Enrique Gil y Carrasco (1815-1846). Tanto en su vertiente académica, como en la cultural el rendimiento ha sido alto y motivador. Entrañable la acogida que nos dispensó el Bierzo en cada una de las localidades que nos acogió, así como el público —incluso el ajeno al mundo académico— interesado en profundizar en la figura del escritor berciano.
          Fundamental poder disfrutar del paisaje que inspiró a Enrique Gil, que tanto determinó su forma de entender y contemplar la naturaleza y su amor e interés por el patrimonio, al tiempo que avivó su imaginación.
          Gracias desde aquí a Valentín Carrera, Enrique Rubio y cuantos han hecho posible estos fantásticos días en los que hemos propuesto nuevas lecturas sobre la obra de Enrique Gil.
          Una calurosa bienvenida a la nueva generación de investigadores representada por Leticia y la felicitación a Valentín Carrera (Ebooks Bierzo)y a Francisco Macías (Edicions Positivas), por la Biblioteca Gil y Carrasco





lunes, 6 de julio de 2015

El 9 de julio Darío Villanueva, presidente de la RAE, inaugura el curso CENTENARIOS DE LA REAL ACADEMIA .

El título completo es CENTENARIOS DE LA REAL ACADEMIA (DE LOS ESTATUTOS AL FUERO JUZGO,1715-1815).
Y su intervención girará en trno a El Tricentenario de la Real Academia Española y el español de todo el mundo.
Más información sobre el programa completo aquí:
https://celama.uca.es/66cv/seminarios/b10

 
B10.-CENTENARIOS DE LA REAL ACADEMIA (DE LOS ESTATUTOS AL FUERO JUZGO,1715-1815)
Vicerrectorado de Responsabilidad Social, Extensión Cultural y Servicios
Universidad de Cádiz
Edificio Constitución 1812 (Antiguo Cuartel de La Bomba)
Paseo Carlos III, 3
11003 - Cádiz
Tfno.: 956015800 Fax: 956015891

jueves, 4 de junio de 2015

Cuadros entre Ilusiones de catróptica II. Fernando VII

Tantos días preparando y esperando publicar esta entrada, pero el trabajo -las clases y demás- mandan, así que lo que hubiera debido pubicarse el día 30 sale hoy.

Con ocasión de la celebración de la onomástica de Fernando VII el año de 1826. Como en otros muchos días el ya famoso fantasmagórico Mantilla, que tenía su sala de espectáculos en la calle Caballero de Gracia en Madrid, ofrecía junto a las ilusiones de fantasmagoría otras de catróptica que anunciaba así:
Diario de Madrid

En celebridad de los dias del Rey nuestro Señor (Q. D. G.) ha dispuesto el primer fantasmagórico español Mantilla en el teatro del Caballero de Gracia, á las seis de la tarde y ocho de la noche, la función siguiente: abrirá la escena con una colección de primorosas suertes, entre las que tendrá lugar el cuadro mágico, que hará el nuevo payasito por primera vez: en seguida hará las ilusiones de catróptica, presentando una nueva decoración, en medio de la cual aparecerá una gran nube, la que se irá disipando por medio de un gran sol, el que perderá toda su hermosura, convirtiéndose en el retrato de nuestro amado Soberano, y éste en el de su querida esposa: a continuación hará la multiplicación de las brujas, y finalizará la función con los dos famosos autómatas impalpables Mr. Pris, que bailara el baile inglés, y madama Corsini la gabota.

lunes, 18 de mayo de 2015

Un cuadro vivo en «La Regenta»

No cabe duda de que los dispositivos ópticos posibilitaron nuevas formas de mirar que se perciben con especial acogida en La Regenta de Clarín, como ya he señalado en otra ocasión; pero ahora no voy a ocuparme de la influencia de estos artilugios y de los espectáculos que surgieron en torno a ellos, sino de otro tipo de espectáculos que fueron igualmente populares en el siglo XIX. Se trata de los «cuadros vivos» o tableaux vivants como los denominan los franceses.
     Solían consistir en representaciones escénicas de cuadros de pintores famosos, ejecutados por actores que en posición estática en un escenario solían reproducir la disposición pictórica. En algunas ocasiones la interpretación podía enriquecerse con «pintura escenográfica de fondo, elementos escénicos corpóreos, proyección de disolvencias, música y efectos sonoros, lumínicos y pirotécnicos»  (Machetti). Todo ello explica que tanto el narrador como la propia Regenta, puedan decir que ,  al vestirse de nazarena y salir de procesión del Viernes Santo, tras el Entierro, estaba dándose en espectáculo a la malicia, a la envidia, a todos los pecados capitales, que contemplarían desde aceras y balcones aquel cuadro vivo que ella iba a representar.
Cabe añadir que tanto La Regenta, como luego confirma Víctor Quintanar, nos informa de que se había inspirado en una escena similar que el matrimonio había contemplado en Zaragoza, precisamente uno de los lugares adonde llevó sus cuadros vivos Monsieur Farriol
* SANDRO MACHETTI, «Monsieur Farriol, los cuadros vivos, la pintura y el cine. Notas acerca de un espectáculo precinematográfico», D' Art: Revista del Departament d'Historia de l'Arte nº 21 (1995), pp. 17-36.

jueves, 7 de mayo de 2015

Feria del Libro de Cádiz 8-17 de mayo

Mañana comienza la cita anual con los libros de la mano de una feria que en esta ocasión está dedicada a la novela negra.
Esperemos que sea un aliciente para el gran público.
Además de Espido Freire, la encargada de abrir la semana, intervendrán o firmarán sus libros Carmen Moreno, Jesús Maeso, Lorenzo Silva, María Dueñas, Montero Glez, Juan García Larrondo, entre otros.
El programa completo pude consultarse aquí:



jueves, 30 de abril de 2015

La Metamorfosis de Kafka, ilustrada para Círculo de Lectores.

     La reciente conmemoración del Día del Libro me permite traer a este cuaderno la magnífica edición de la famosa obra del escritor praguense, Fran Kafka, realizada por Círculo de Lectores con motivo del centenario de la publicación de La Metamorfosis. El recuerdo de su sugerente lectura en los años del bachillerato me hizo adquirir esta edición bellamente ilustrada por Charris, Ana Juan MP & MP Rosado, Gino Rubert y Fernando Vicente, que, además, reproduce en su cubierta el grabado impreso por MM. Renard, Martinet et C. en la edición parisina de 1849.


MP & MP Rosado
       La segunda ilustración, que precede a estas lineas, se debe a los artistas isleños MP&MP Rosado, que tanto se ocupan de analizar la influencia del espacio sobre el ser humano, cuestión evidentemente presente en la obra de Kafka.
       Magnífica ocasión de compaginar cuestiones estéticas, filosóficas y antropológicas que tanto determinan nuestra mirada actual.

lunes, 27 de abril de 2015

Un artículo de Larra para la Educación Secundaria.

     El año pasado los alumnos de Secundaria de un Instituto de mi ciudad leyeron un artículo de Larra, «El Día de Difuntos de 1836. Fígaro en el cementerio», que fue publicado en El Español, n.º 368, 2 de noviembre de 1836, es decir, precisamente con ocasión de la festividad de los difuntos.
Aprovecho ahora este artículo para ver de qué manera se puede realizar un acercamiento a la literatura utilizando medios distintos a los tradicionales, como sucede con este blog.
    Creo que es uno de esos artículos que permite una fácil conexión con los estudiantes, particularmente ahora que, si bien la tradición del día de Difuntos parece olvidarse entre los jóvenes de hoy, en cambio, se celebra Halloween.
    Larra acompaña su artículo con una cita en latín: Beati qui moriuntur in domino, frase procedente del capítulo 14 del Apocalipsis que se traduce como Dichosos o bienaventurados los que mueren en el señor y continúa opera enim illorum sequuntur illos. Es decir se refiere a quienes han obrado bien y serán juzgados por sus buenas obras.
     El artículo parte de una ironía sobre la poca memoria que tienen muchos de lo que han dicho o lo que otros han hecho, lo que le permite desdecirse o dejar de recordar que alguna vez aseguró vivir en perpetuo asombro. En la actualidad el asombro ha sido sustituido por la incomprensión por todo lo que ve. El tono pesimista y desolado se tamiza con alguna alusión humorística como la referencia a la obra teatral El califa de Bagdad.
     De la incomprensión Larra pasa a la duda en el párrafo siguiente, donde reflexiona sobre la melancolía que llegó a abrumarle el día anterior, festividad de Todos los Santos, a pesar de haberse encomendado a ellos, dice de nuevo irónicamente. Para dar idea de la melancolía que le abruma, Larra pondrá algunos ejemplos que reaparecen en otros artículos suyos, particularmente en «La nochebuena de 1836»: el hombre que cree en la amistad, el que cree en el amor, los que confiaron en el tesoro del Estado, en la Constitución, en la libertad de imprenta y en otros tantos valores espirituales o materiales que han resultado ser mera quimera, simple ilusión.
En medio de la desazón por tan tristes reflexiones e inquieto, porque cualquier gesto parece hablarle de la muerte, el tañido de campanas le recuerda el Día de Difuntos. Decide entonces sacudir su agotada melancolía y salir a la calle para servir de diversión a los transeúntes. Contempla entonces cómo todo Madrid se marcha de la ciudad para acudir al cementerio, sin darse cuenta de que la ciudad es un cementerio viviente y que los únicos vivos son los que descansan en el cementerio, porque ellos pueden gozar de la única paz y libertad posible, porque solo obedecen a la ley de la naturaleza que dicta la hora de la muerte. Ese descubrimiento le produce un terrible vértigo:

Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo.Entonces, y en tanto que los que creen vivir acudían a la mansión que presumen de los muertos, yo comencé a pasear con toda la devoción y recogimiento de que soy capaz las calles del grande osario.

El paseo por el cementerio es, en realidad, un recorrido por distintos lugares de Madrid que evidencian la postración en que se halla la ciudad y la España toda. La pesadilla acaba por sepultarlo todo:

«¡Fuera –exclamé– la horrible pesadilla, fuera! ¡Libertad! ¡Constitución! ¡Tres veces! ¡Opinión nacional! ¡Emigración! ¡Vergüenza! ¡Discordia!» Todas estas palabras parecían repetirme a un tiempo los últimos ecos del clamor general de las campanas del día de Difuntos de 1836.

Con las campanas parecen morir toda posibilidad de que la Libertad, la Constitución se hagan realidad y que la discordia nacional o el exilio desaparezan. Por este motivo, como en «La nochebuena de 1836», cuando Larra quiere escapar del cementerio y refugiarse en su corazón, descubre en él otro sepulcro donde se halla enterrada la esperanza.
         Ningún resquicio a la ilusión, ninguna posibilidad de aferrarse a la vida. El consuelo es solo una palabra vacía a la que ya no es posible amarrarse.
          Tal vez cabe añadir que Larra era un Quijote que murió cuando se dio cuenta de la locura que suponía creer en que los españoles serían capaces de superar sus diferencias y que esta lectura debe hacernos pensar que vivir significa luchar por nuestros ideales y que, frente a Larra, es preciso creer en que toda acción, por pequeña que sea, puede cambiar el mundo.

Editorial Nova, Buenos Aires, 1943.