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viernes, 21 de diciembre de 2012

Los Cuentos gaditanos de Pedro Ibáñez-Pacheco

Un buen consejo, de un mejor amigo, me puso al tanto de la existencia de los Cuentos gaditanos de Pedro Ibáñez-Pacheco, un volumen de cuentecillos jocosos, costumbristas, con no pocos ingredientes satíricos, que su autor había publicado primero en la prensa periódica. Efectivamente, este escritor nacido en El Puerto de Santa María el 30 de noviembre de 1833, en el seno de una familia de clase acomodada, compuesta por sus padres, Jacinto Ibáñez‑Pacheco y Sánchez y María Dolores Gállaga y Belaustegui, y el primogénito, Jacinto.         Desde febrero de 1876, Pedro era colaborador asiduo de la revista La Verdad.Y es allí, donde desde el día 17 del mismo mes y año había empezado a publicar una serie de «romances», que alterna con algún que otro tipo de composición. En todo caso, aquellos no eran en realidad coplas populares, sino una especie de cuentos, en romance octosilábico, que luego verían la luz bajo el mencionado título.


  




Como hiciera ya Fernán Caballero, Ibáñez-Pacheco trata de reducir su papel al de mero transcriptor de unos cuentos populares, intentando así de que el público lector se identifique emotivamente con los cuentos, como si fueran de verdad producto del común gaditano y no obra de un creador.
                     Estos cuentos gaditanos, (...)
                     humildes anales son
                     y vulgarísimos ecos
                            de personajes añejos
                            de la ciudad en que moro,
                     conocidos todos ellos
                     por andar de boca en boca
                            entre la gente del pueblo.
                           Yo del vulgo los tomé (...)


Pero es patente que, como hiciera la propia Fernán, el escritor portuense tampoco se limita a reescribirlos con fidelidad, sino que, como señala su prologuista Díaz Benjumea, a los tales chascarrillos añade algunos detalles, sobre todo en la presentación de los personajes y ambientes y, tomando partido —o no— por sus protagonistas, adapta «a la popular forma del romance los dichos de nuestros Molieres de capa parda, patilla de hacha, sombrero calañés, y navaja en cinto, y las ocurrencias ingeniosas de personas de todas las esferas».

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