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viernes, 21 de diciembre de 2012

Historia del centauro azul

HISTORIA DEL CENTAURO AZUL
Conviene saber, —señor, prosiguió Ben-Eridoun, que había en las cercanías de Nanquin una pequeña montaña, a cuya falda había una cueva, de la cual había cinco años que en cierto día salía un centauro azul que llegaba a las puertas de la villa, y se llevaba algunas vacas y algunos bueyes. Se divertían tirándole flechas al centauro; él tenía la piel más dura que un hierro. El rey Fanfur muchas veces había hecho ponerle lazos, y armarle trampas, y él las evitaba con destreza; y aunque este monarca había prometido recompensas considerables a cualquiera que le entregase muerto o vivo, nadie había podido conseguirlo, y cuantos lo habían emprendido habían perecido en la empresa. Pero volvamos a Gulguli-Chemamé.
Informóse ésta de la historia del centauro, y considerando que más fácilmente lograría el intento de cogerle por ardid que por fuerza, ayudada de la banda encantada de Gulpenhé[1], con que se había quedado al tiempo de su separación del príncipe de la China, se valió de los medios que ahora voy a referir a vuestra majestad.
La entrega de la banda encantada y la espada.
Ilustración de la edición de Calleja. 

Hizo pedir al rey de la China un carro tirado de dos valientes caballos, cadenas gruesas de hierro, cuatro vasos de cobre, una pipa del mejor vino, y seis hogazas hechas de la harina más fina.
Fanfur hizo dar a Gulguli-Chemamé todo cuanto pedía. Ella lo hizo cargar todo sobre el carro, y enterada de la habitación del centauro, condujo a aquel paraje ella misma un carro la víspera del día que debía de parecer. Puso lo primero los vasos sobre la tierra, los llenó después del vino que había llevado, y, habiendo allí mismo arrojado las hogazas que había hecho pedazos, se retiró a un bosque pequeño, que estaba cerca, y después de haber vuelto su banda, pasó allí la noche sin inquietud. 
 Apenas empezaba la aurora a asomarse, cuando la princesa despertó. Vio distintamente desde el paraje en que estaba al centauro azul salir de su caverna. Este se pasmó de ver los cuatro vasos de cobre; el olor del vino le hizo que se acercase. Comió luego algunos pedazos de aquellas hogazas, que halló de un gusto exquisito, tragó destempladamente lo restante, y se bebió después todo el vino; pero era tan grande la cantidad de este licor, que bien presto se le subió a la cabeza, y, no pudiendo sostenerse más, se vio obligado, algunos instantes después, a tenderse en el suelo y entregarse a un sueño profundo. La princesa de la Georgia que veía todo este pasaje, acudió luego con sus cadenas, con ellas ató al centauro azul, de manera que aunque se hallara con todas sus fuerzas,  nunca se pudiera desatar; y habiéndole puesto con bastante trabajo sobre el carro,  montó ella dentro, y le llevó hacia Nanquin, cuyas puertas le fueron todas abiertas.  
El áspero movimiento del carro disipó un poco de la embriaguez al centauro. Parecióle estar extremadamente aturdido de verse atado de aquella manera; pero no pudiendo irse,  por más esfuerzos que hizo para este fin,  se dejó finalmente llevar como una bestia. 
Todos los habitantes de Nanquin estaban llenos de admiración y temor. Sola Gulguli-Chemamé se veía con un semblante apacible y modesto sobre el carro con el centauro; y habían ya atravesado buena parte de la Villa, cuando su marcha fue interrumpida por la de un funeral, de un mozo chino, cuya muerte lloraba amargamente su padre. Mientras, que uno de los Bonces [2] que conducía la fúnebre pompa cantaba bien ciertas especies de himnos en alabanza de Kam y de Vichnou , el centauro azul levantó en este mismo tiempo la cabeza,  miró después, y con atención esta ceremonia; y echando después a reír con tanta fuerza que casi perdió la respiración, causó a la princesa una admiración extremada.



[1] Banda encantada de Gulpenhé. Se trata del típico objeto mágico de los cuentos maravillosos que, en este caso, según se explica en el XLII cuarto de hora, la princesa Gulpenhé había dado al príncipe de la China, de quien estaba enamorada, para, «al abrigo de la murmuración», hacerle «entrar y salir a todas horas  en palacio», pues la banda tiene la «virtud de hacer invisible en dándole una vuelta» a quien la lleve.
[2] Copio aquí la nota del autor a otro pasaje. «Los bonces son especie de clérigos de China».
Más información en mi Antología del cuento español del siglo XVIII, Cátedra, Madrid, 2005.

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