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sábado, 10 de octubre de 2015

«Los surcos del azar», de Paco Roca (II)

Portada de la edición francesa con el título de La Nueve. Ed. Delcourt

      Como comentaba en la entrada anterior, Los surcos del azar, de Paco Roca, que fue publicada también por la editorial francesa Delcourt, con el título de La nueve, consta de once capítulos. De los cinco primeros ya he hecho alguna mención, el sexto es el «Sábado / Regreso a Europa», un breve capítulo sobre el viaje por mar, tan diferente al realizado en el barco que los condujo a África.
        El séptimo, «Sábado tarde / La invasión de Francia», narra el desembarco en Escocia, el traslado a York y luego a Southampton  y a la famosa playa de Utah, desde la que los españoles se unieron a las tropas de Patton en su difícil camino a París. El relato no solo habla de las emboscadas y minas, también de cómo los americanos les auxiliaban en el arreglo de tanques y otras dificultades a cambio de prisioneros alemanes con los que conseguir permisos. De vez en cuándo asoma el orgullo del combatiente, pues la experiencia de los españoles significó la posibilidad de ir en cabeza para evitar la huida de los alemanes.
     En el VIII, «Lunes / Écouché asegurada», se pone de relieve el valor de La Nueve para mantener bajo control a los alemanes hasta la llegada de los americanos, aunque fue Motgomery quien se atribuyó la victoria. Después de unos pocos días de merecido descanso que utilizaron también para reorganizar la compañía, en el capítulo IX «Lunes tarde / Directos a París», se narra el regreso al combate.
     Miguel cuenta a Paco cómo fue De Gaulle quien convenció a los aliados de la necesidad de liberar París por motivos estratégicos. Los aliados se resistían al considerar que retrasaría la marcha hacia Alemania, pero la existencia de puentes blindados que permitiría el avance más rápido de las tropas terminaron por convertirse en una razón de peso.
     Una vez llegados al Ayuntamiento y en medio de la celebración popular, que tantas vueltas ha dado en los medios, Miguel se reencuentra con Estrella, la joven española que había conocido en el viaje hacia Orán. Estrella había logrado regresar a París y combatir al lado de la resistencia. Miguel recuerda el reconocimiento que logró La Nueve en el desfile triunfal de De Gaulle y cómo sustituyeron la bandera fascista del consulado español por la republicana.
     La anécdota que inaugura el capítulo X «Lunes noche / Camino de Madrid» es la fiesta de Hemingway en honor de la liberación parisina, donde acude con Estrella y sus compañeros de columna. La guerra sigue su curso hasta que en una patrulla rutinaria por  el campo tres de sus compañeros caen en una emboscada. Entonces Miguel decide abandonar La Nueve y marchar a España con ayuda de Estrella; pero la suerte vuelve a darles la espalda.
       Por último, en el XI, «Martes / Los sin Patria» se alude a que los españoles fueron los únicos soldados que, al terminar la segunda guerra, no pudieron volver a un país que los acogiera. Entre ellos, Miguel, que decidió finalmente cambiar de nombre y de vida, para desaparecer de la historia y refugiarse con sus recuerdos, o su consciente desmemoria, en Francia.
       Los surcos del azar es todo eso y mucho más. No es solo una novela gráfica de guerra es, sobre todo, el encuentro de un hombre con su pasado, el enfrentamiento con cada una de sus decisiones, la aceptación de que los ideales no se alcanzan plenamente y de que, en el caso español, sin el concurso de la ONU la lucha contra Franco era imposible.
      En la conversación con Paco, Miguel también es capaz de descubrir las miserias de la guerra, pero en los detalles del dibujo también se descubren otros muchos aspectos como la soledad voluntariamente abrazada por el anciano, las pequeñas anécdotas de la vida hogareña, las reticencias de quien se siente juzgado por otra persona que no ha vivido la dureza del combate a muerte y, finalmente, la reconciliación con el pasado y la gratitud por la recuperación de la memoria.
      En fin, recomiendo vivamente la lectura de Los surcos del azar, porque esa memoria individual es también parte de nuestra memoria colectiva, parte de una historia que no debemos ignorar. El acierto en la conjunción de la narración y la maestría del dibujo favorecerá seguro su recuerdo.

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