Creo que esta elegía moral del melancólico Meléndez Valdés es, junto con «El abanico», y a pesar de su tono diametralmente opuesto, uno de los poemas que más me gusta comentar en clase. No puedo dejar de recordar a nuestro añorado amigo dieciochista Russell Sebold. Y sin dejarnos llevar por su arrebato romántico, me parece que este poema es un buen síntoma de esa sensibilidad dolorida que aquejaba también a los neoclásicos ilustrados como Meléndez y que en absoluto empaña su apuesta vital por la humanidad.
Meléndez escribe aquí, además de una elegía por la felicidad perdida, por la paz huidiza, un canto a la amistad en la que pudo y hubo de refugiarse en más de una ocasión.
El comienzo puede resultar profundamente patético, negro y lo es, por eso el sujeto poético tras el que habla Meléndez necesita el consuelo del amigo, cuyo poder tranquilizador echa en falta.
A Jovino
Cuando la sombra fúnebre y el luto
de la lóbrega noche el mundo envuelven
en silencio y horror, cuando en tranquilo
reposo los mortales las delicias
gustan de un blando saludable sueño,
tu amigo solo, en lágrimas bañado,
vela, Jovino, y al dudoso brillo
de una cansada luz, en tristes ayes
contigo alivia su dolor profundo.
¡Ah! ¡cuán distinto en los fugaces días
de sus venturas y soñada gloria
con grata voz tu oído regalaba!,
cuando ufano y alegre, seducido
de crédula esperanza al fausto soplo,
sus ansias, sus delicias, sus deseos
depositaba en tu amistad paciente,
burlando sus avisos saludables.
Huyeron prestos como frágil sombra,
huyeron estos días; y al abismo
de la desdicha el mísero ha bajado.
Tú me juzgas feliz... ¡Oh, si pudieras
ver de mi pecho la profunda llaga
que va sangre vertiendo noche y día!
¡Oh, si del vivo, del letal veneno
que en silencio le abrasa, los horrores,
la fuerza conocieses! ¡Ay, Jovino!
¡ay amigo! ¡ay de mí! Tú sólo a un triste,
leal, confidente en su miseria extrema,
eres salud y suspirado puerto.
En tu fiel seno, de bondad dechado,
mis infelices lágrimas se vierten,
y mis querellas sin temor; piadoso
las oye, y mezcla con mi llanto el tuyo.
Ten lástima de mí; tú solo existes,
tú solo para mí en el universo.
Doquiera vuelvo los nublados ojos,
nada miro, nada hallo que me cause
sino agudo dolor o tedio amargo.
Naturaleza en su hermosura varia
parece que a mi vista en luto triste
se envuelve umbría, y que, sus leyes rotas,
todo se precipita al caos antiguo;
Sí, amigo, sí: mi espíritu insensible,
del vivaz gozo a la impresión süave,
todo lo anubla en su tristeza oscura,
materia en todo a más dolor hallando
y a este fastidio universal que encuentra
en todo el corazón perenne causa.
La rubia Aurora entre rosadas nubes
plácida asoma su risueña frente,
llamando al día; y desvelado me oye
su luz molesta maldecir los trinos
con que las dulces aves la alborean,
turbando mis lamentos importunos.
El sol, velando en centellantes fuegos
su inaccesible majestad, preside
cual rey al universo, esclarecido
de un mar de luz que de su trono corre.
Yo empero huyendo de él, sin cesar llamo
Goya. Sueño I. Idioma universal. El autor sueña. |
la negra noche, y a sus brillos cierro
mis lagrimosos fatigados ojos.
La noche melancólica al fin llega,
tanto anhelada: a lloro más ardiente,
a más gemidos su quietud me irrita.
Busco angustiado el sueño; de mí huye
despavorido; y en vigilia odiosa
me ve desfallecer un nuevo día,
por él clamando detestar la noche.
Como decía Sebold, aquí esta ese tedio, ese fastidio, ese hastío universal, del que también habló el gaditano Cadalso, porque cuando la razón duerme, la noche produce monstruos y la angustia se apodera del ser humano y borra cualquier atisbo de seguridad, de tranquilidad. Y la fatiga, el cansancio, no hacen sino avivar la zozobra y el horror.
Afortunadamente el poeta encuentra en el amigo una puerta a la esperanza, como se verá en la entrada siguiente.
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