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viernes, 16 de enero de 2015

Incidentes, accidentes, en el curso de la navegación bloguera

        Pues justamente de eso se trata. Cuando uno empieza a dar clase no tiene conciencia de la multiplicidad de problemas que pueden surgir en el camino y un blog, un cuaderno de bitácora que se precie de serlo, debe servir de aguja de marear para los venideros y para uno mismo. Como explicaba a los alumnos del máster, lo primero que tiene que aprender un profesor, y no es tan fácil, es a ser flexible con su programación, a pesar de los jefes de departamento o de centro y de quien quiera imponer el ritmo que no conviene a todos. Parto de la idea —lógicamente— de que estamos en esto por voluntad y compromiso, y una, más o menos clara, vocación.

         Es difícil, cuando los perfiles de los alumnos son tan diferentes y más aún sus horizontes y expectativas, acertar a complacer a todos. Es complicado, entre otras cuestiones porque, a veces, ellos mismos no lo tienen claro, o sí, pero no aciertan a ver la forma, o consideran que eso vendrá por «ciencia infusa»,  o  esperan que el docente va a acertar a darles la fórmula mágica que se adapte a cada uno de sus intereses. Fuera de este primer inconveniente, aún quedan muchos obstáculos en el camino —y obvio la falta de verdadera vocación—, que no viene al caso.
           En muchas ocasiones, falta iniciativa, creatividad, faltan objetivos, falta creerse lo que uno está haciendo; en cambio, otras, la ansiedad que crea querer asimilarlo todo en muy poco tiempo, resolver todas las dudas, salir del curso con toda la preparación para encontrar un trabajo constituyen otro tipo de retos que hay que afrontar.
           En fin, como es lógico, en el medio está la virtud y solo la persona que se lo toma en serio, que tiene verdadero interés, que no espera que se lo den todo hecho, acertará y, más allá de cualquier inconveniente, alcanzará su «utopía», porque, como enseñan los cuentos, la magia la aporta cada uno.
          Lo que importa es no quedarse en la «faja del libro», sino adentrarse, sumergirse en la lectura, en la lección que se nos propone, para discutirla, aprobarla o descartarla, pero sin prejuicios y con todo el respeto que el profesor —como el alumno— exige.
            

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