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miércoles, 12 de febrero de 2014

Meléndez Valdés, Oda XLII. «El abanico» (I)

Goya, Conversación galante
Como señala Rogelio Reyes, «los ilustrados propugnarán un nuevo concepto de la poesía y hasta un "poeta nuevo" que muchos de ellos verán encarnado en Meléndez Valdés, un autor que no representa sólo la vertiente racionalista y normativa del siglo sino también la veta sensualista, igualmente presente. Un poeta, en definitiva, versátil, que refleja muy bien la variedad de tendencias en ingredientes que confluyen en nuestra lírica setecentista.
La poesía es vista como una actividad que el hombre puede ejercer de forma natural junto a otras como el servicio en el ejército (Cadalso), o la administración pública, si bien es cierto que cierto tipo de poesía, ligera o festiva suele darse solo a la luz pública como obra juvenil o producto de los ratos de ocio.
El rococó, la tendencia que se desarrolla a mediados del XVIII por el refinamiento y ablandamiento del barroco, se prestará a mostrar el lado más frívolo y hedonista de una visión del mundo en la que el disfrute de la experiencia sensible, el cultivo del placer, es una faceta tan natural en el hombre como la reflexión y el ejercicio de la razón crítica. Así las artes, siguiendo la filosofía sensualista de Locke, pueden convertirse en un deleite para los sentidos.

 ODA XLII   El abanico

¡Con qué indecible gracia,
tan varia como fácil,
el voluble abanico,
Dorila, llevar sabes! 
¡Con qué movimientos
has logrado apropiarle
a los juegos que enseña
de embelesar el arte! 
Esta invención sencilla
para agitar el aire da,
abriéndose, a tu mano
bellísima el realce 
de que sus largos dedos,
plegándose süaves,
con el mórbido brazo
felizmente contrasten.

La sensibilidad rococó no desparece en la década de los 70 sino que sigue cultivandose al mismo tiempo que se desarrollan otras tendencias más comprometidas con el ideario de progreso ilustrado como el filosofismo que puede percibirse en otras obras de Meléndez, que en esta oda muestra su pericia para atender al detalle, al movimento, al erotismo sensible del galanteo.

Este brazo enarcando,
su contorno tornátil
ostentas cuando al viento
sobre tu rostro atraes. 
Si rápido lo mueves,
con los golpes que bates
parece que tu seno
relevas palpitante; 
si plácida lo llevas,
en las pausas que haces,
que de amor te embebece
dulcemente la imagen. 
De tus pechos entonces,
en la calma en que yacen
medir los ojos pueden
el ámbito agradable. 
Cuando con él intentas
la risita ocultarme
que en ti alegre concita
algún chiste picante, 
y en tu boca de rosa,
desplegándola afable,
de las perlas que guarda
revela los quilates, 
me incitas, cuidadoso,
a ver por tu semblante
la impresión que te causan
felices libertades.

La mujer, en este tipo de poesía, suele ser protagonista y revelar, con sus gestos, su actitud transgresora, la de la joven despreocupada, marcial, esto es, guerrera, conquistadora, la que, dispuesta a romper con todos los límites de la domesticidad y la sumisión al poder masculino, lleva la iniciativa en el juego de la seducción. Es ella la que incita al hombre, la que despiera en él su deseo, la que, no obstante, puede por un momento sonrojarse de su propio atrevimiento, para atacar inmediatamente, de nuevo, recriminando al hombre su falta de arrojo:
Si el rostro, ruborosa,
te cubres por mostrarme
que en tu pecho, aun sencillo,
pudor y amor combaten, 
al ardor que me agita
nuevo pábulo añades
con la débil defensa
que me opones galante. 
Al hombro golpecitos,
con gracioso donaire,
con él dándome, dices:
«¿De qué tiemblas, cobarde?»
No es mi pecho tan crudo,
que no pueda apiadarse,
ni me hicieron los cielos
de inflexible diamante.»
Insta, ruega, demanda,
sin temor de enojarme;
que la roca más dura
con tesón se deshace».
Al suelo, distraída,
jugando se te cae,
y es porque cien rendidos
se inquieten por alzarle.

El poema continúa mostrando el poder de la amada sobre el rendido galán.

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