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miércoles, 1 de enero de 2014

Feijoo, el duende, el vampiro y el redivivo (II)

 
Tenía pendiente desde hace ya más de seis meses la continuación de la entrada en que comentaba la vigésima de sus Cartas eruditas y curiosas en que Feijoo trataba de desengañar al vulgo del error en que incurría al creer en duendes, vampiros y redivivos y lo hacía a raíz de una reseña crítica sobre el dictamen del padre Agustín Calmet sobre las apariciones de espíritus y vampiros.  
Calmet
Visto que Feijoo discrepaba de su colega acerca del margen de credibilidad que podía darse a algunas apariciones de espectros y duendes, puede aventurarse su opinión acerca de los vampiros. No obstante creo que resulta interesante examinar sus argumentos. 

          Con mucha razón advierte el P. Calmet en el Prólogo de su Disertación, sobre los Vampiros, y Brucolacos, que en ellos se descubre una nueva Escena incógnita a toda la antigüedad; pues ninguna Historia nos presenta cosa semejante en todos los siglos pasados. Añade, que ni en la Era presente, en otros Reinos, más que la Hungría, Moravia, Silesia, Polonia, Grecia, e Islas del Archipiélago.

           Encuéntranse, a la verdad, en las Historias algunos Redivivos, o como los llama el Francés Revinientes (Revenans), ya verdaderos, ya fingidos, esto es, o resucitados milagrosamente, u de quienes fabulosamente se cuenta que lo fueron; pero con suma desigualdad en el número, y suma diversidad en las circunstancias. En las Historias se lee de algunos pocos, que la Virtud Omnipotente revocó a la vida por los ruegos de algunos grandes Siervos suyos. Se leen también resurrecciones aparentes, por ilusión diabólica. Se leen, en fin, resurrecciones, que ni fueron ejecutadas por milagro, ni simuladas por el demonio, sino fingidas por los hombres, pertenecientes ya al primer género, ya al segundo, porque en uno, y otro se ha mentido mucho; digo en materia de milagros, y en las de hechicerías. Pero todas estas resurrecciones, ya verdaderas, ya fingidas, hacen un cortísimo número, respecto de las que se cuentan de los Reinos arriba expresados, donde hormiguean los Redivivos; de modo, que según las relaciones, hay más resucitados en ellos, de sesenta, o setenta años a esta parte, que hubo en todos los de la Cristiandad, desde que Cristo vino al mundo.

          Las circunstancias también son en todo diversísimas. Lo primero es, que aunque los habitadores de aquellas Provincias refieren sus resurrecciones como muy verdaderas, y reales, no las tienen por milagrosas; esto es, no imaginan que sean Obras de Dios, como Autor sobrenatural, sino efectos de causas naturales. Aunque en esta parte no se explican tan categóricamente, que no dejen lugar a pensar, que conciben en ellas alguna intervención del demonio. Son tan ignorantes aquellos nacionales, que acaso confunden uno con otro. Acaso hay entre ellos diferentes opiniones sobre el asunto. Me inclino a que los más lo juzgan mera obra de la naturaleza. Y entre éstos parece ser que algunos no tienen a los Vampiros por enteramente difuntos, sino por muertos a medias. Ellos se explican tan mal, y con tanta inconsecuencia en sus explicaciones, que no se puede hacer pie fijo en ellas.

             Lo segundo es, que las resurrecciones de los Vampiros siempre son in ordine ad malum; esto es, para maltratar a sus conciudadanos, a sus mismos parientes, tal vez, los padres a los hijos los hieren, los chupan la sangre, no pocas veces los matan. Un Vampiro sólo basta para poner en consternación una Ciudad entera con el territorio vecino.

         Lo tercero, así como suponen, que los Vampiros no son perfectamente muertos, también les atribuyen unas resurrecciones imperfectas. Ellos salen de los sepulcros, vaguean por los lugares; con todo, los sepulcros se ven siempre cerrados, la tierra no está removida, ni la lápida apartada; y cuando por las señas, que ellos han discurrido, o inventado, llegan a persuadirse que el Vampiro, que los inquieta, es tal, o cual difunto, abren su sepulcro, y en él encuentran el cadáver; pero no sólo, según dicen ellos, sin putrefacción, ni mal olor alguno, aunque haya fallecido, y le hayan enterrado ocho, o diez meses antes; pero las carnes enteras, con el mismo color que cuando vivos, los miembros flexibles, y perfectamente fluida la sangre. 
         Si quieres seguir leyendo el texto completo, puedes hacerlo aquí.
          Continuará.




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