Tenía pendiente desde hace ya más de seis meses la continuación de la entrada en que comentaba la vigésima de sus Cartas eruditas y curiosas en que Feijoo trataba de desengañar al vulgo del error en que incurría al creer en duendes, vampiros y redivivos y lo hacía a raíz de una reseña crítica sobre el dictamen del padre Agustín Calmet sobre las apariciones de espíritus y vampiros.
Calmet
Visto
que Feijoo discrepaba de su colega acerca del margen de credibilidad
que podía darse a algunas apariciones de espectros y duendes, puede
aventurarse su opinión acerca de los vampiros. No obstante creo que
resulta interesante examinar sus argumentos.
Con mucha razón advierte el P. Calmet en el Prólogo de su Disertación, sobre los Vampiros, y Brucolacos, que en ellos se descubre una nueva Escena incógnita a toda la antigüedad; pues ninguna Historia nos presenta cosa semejante en todos los siglos pasados. Añade, que ni en la Era presente, en otros Reinos, más que la Hungría, Moravia, Silesia, Polonia, Grecia, e Islas del Archipiélago.
Con mucha razón advierte el P. Calmet en el Prólogo de su Disertación, sobre los Vampiros, y Brucolacos, que en ellos se descubre una nueva Escena incógnita a toda la antigüedad; pues ninguna Historia nos presenta cosa semejante en todos los siglos pasados. Añade, que ni en la Era presente, en otros Reinos, más que la Hungría, Moravia, Silesia, Polonia, Grecia, e Islas del Archipiélago.
Encuéntranse, a la verdad, en las Historias algunos Redivivos, o como los llama el Francés Revinientes (Revenans),
ya verdaderos, ya fingidos, esto es, o resucitados milagrosamente, u de
quienes fabulosamente se cuenta que lo fueron; pero con suma
desigualdad en el número, y suma diversidad en las circunstancias. En
las Historias se lee de algunos pocos, que la Virtud Omnipotente revocó a
la vida por los ruegos de algunos grandes Siervos suyos. Se leen
también resurrecciones aparentes, por ilusión diabólica. Se leen, en
fin, resurrecciones, que ni fueron ejecutadas por milagro, ni simuladas
por el demonio, sino fingidas por los hombres, pertenecientes ya al
primer género, ya al segundo, porque en uno, y otro se ha mentido mucho;
digo en materia de milagros, y en las de hechicerías. Pero todas estas
resurrecciones, ya verdaderas, ya fingidas, hacen un cortísimo número,
respecto de las que se cuentan de los Reinos arriba expresados, donde
hormiguean los Redivivos; de modo, que según las relaciones, hay
más resucitados en ellos, de sesenta, o setenta años a esta parte, que
hubo en todos los de la Cristiandad, desde que Cristo vino al mundo.
Las circunstancias también
son en todo diversísimas. Lo primero es, que aunque los habitadores de
aquellas Provincias refieren sus resurrecciones como muy verdaderas, y
reales, no las tienen por milagrosas; esto es, no imaginan que sean
Obras de Dios, como Autor sobrenatural, sino efectos de causas
naturales. Aunque en esta parte no se explican tan categóricamente, que
no dejen lugar a pensar, que conciben en ellas alguna intervención
del demonio. Son tan ignorantes aquellos nacionales, que acaso
confunden uno con otro. Acaso hay entre ellos diferentes opiniones sobre
el asunto. Me inclino a que los más lo juzgan mera obra de la
naturaleza. Y entre éstos parece ser que algunos no tienen a los Vampiros
por enteramente difuntos, sino por muertos a medias. Ellos se explican
tan mal, y con tanta inconsecuencia en sus explicaciones, que no se
puede hacer pie fijo en ellas.
Lo segundo es, que las resurrecciones de los Vampiros siempre son in ordine ad malum;
esto es, para maltratar a sus conciudadanos, a sus mismos parientes,
tal vez, los padres a los hijos los hieren, los chupan la sangre, no
pocas veces los matan. Un Vampiro sólo basta para poner en consternación una Ciudad entera con el territorio vecino.
Lo tercero, así como suponen, que los Vampiros
no son perfectamente muertos, también les atribuyen unas resurrecciones
imperfectas. Ellos salen de los sepulcros, vaguean por los lugares; con
todo, los sepulcros se ven siempre cerrados, la tierra no está
removida, ni la lápida apartada; y cuando por las señas, que ellos han
discurrido, o inventado, llegan a persuadirse que el Vampiro, que
los inquieta, es tal, o cual difunto, abren su sepulcro, y en él
encuentran el cadáver; pero no sólo, según dicen ellos, sin
putrefacción, ni mal olor alguno, aunque haya fallecido, y le hayan
enterrado ocho, o diez meses antes; pero las carnes enteras, con el
mismo color que cuando vivos, los miembros flexibles, y perfectamente
fluida la sangre.
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