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sábado, 27 de julio de 2013

«Del pasado efímero», de Antonio Machado

Blog Abel Martín

En estos días de homenaje a Machado, un homenaje a las verdades de Campos de Castilla:

Este hombre del casino provinciano
que vio a Carancha recibir un día,
tiene mustia la tez, el pelo cano,
ojos velados de melancolía;
bajo el bigote gris, labios de hastío,
y una triste expresión que no es tristeza,
sino algo más o menos: el vacío
del mundo en la oquedad de su cabeza.
Aun luce de corinto terciopelo
chaqueta y pantalón abotinado,
y un cordobés color de caramelo,
pulido y torneado.
Tres veces heredó; tres ha perdido
al monte su caudal; dos ha enviudado.
Sólo se anima ante el azar prohibido,
sobre el verde tapete reclinado,
o al evocar la tarde un torero,
o la suerte un tahúr, o si alguna cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero,
o la proeza de un matón, sangrienta.
Bosteza de política banales
dicterios al Gobierno reaccionario,
y augura que vendrán los liberales,
cual torna la cigüeña al campanario.
Un poco labrador, del cielo aguarda
y al cielo teme; alguna vez suspira,
pensando en su olivar, y al cielo mira
con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
Lo demás, taciturno, hipocondríaco,
prisionero en la Arcadia del presente,
le aburre; sólo el humo del tabaco
simula algunas sombras en su frente.
Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
es una fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido,
esa que hoy tiene la cabeza cana.
(«Del pasado efímero»)

 Mucho me temo que, cambiando algunos detalles, este hombre, a pesar de la que está cayendo, sigue existiendo en muchos pueblos de España, pero Machado, aún tenía confianza en el futuro, como concluye en «El mañana efímero»:


Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
 Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.

Ojalá podamos creer con él en ese mañana.

martes, 16 de julio de 2013

Las mujeres en los episodios de las revoluciones liberales de España y América. Su recreación literaria

         Desde que Galdós publicara su serie de Episodios Nacionales, los lectores en español nos hemos acostumbrado a prestar atención al modo en que el autor canario evocaba, mediante sus dotes literarias y su convición de que Historia Magistra vitae est, los acontecimientos fundamentales de la historia del siglo XIX. Una historia que, por cierto, sigue teniendo vigencia actual. 
        En otra ocasión me he ocupado del papel que Galdós reserva a las mujeres en el episodio de Cádiz y en mi próxima intervención en el Congreso Internacional de Hispanistas que se celebra en Buenos Aires, ampliaré esta indagación a una novela reciente que se ocupa de la revolución liberal en España y América, En una tierra libre, de Jesús Maeso de la Torre.

         Mi propósito es interpretar a la mantuana Lucía, a partir de las claves interpretativas del papel que la joven Presentación encarna en el Cádiz de Galdós:


La muchacha interioriza el drama de una nación todavía sujeta a la férula del Antiguo Régimen. Cuando la nueva España lucha por sacudir las rémoras del pasado, Presentación confía en que los padres de la patria promulguen leyes que a ella y a su hermana les permitan sacudir el yugo materno (Esterán, 31-32)


         Espero que el resultado, a pesar de lo breve de la intervención, sea positivo. 

lunes, 8 de julio de 2013

Filología, la palabra

           Aunque los vientos parecen empujar para que la Filología desaparezca, al menos de los títulos de muchos de los nuevos planes de estudio de grado, algunos nos hemos empeñado en mantener, contra viento y marea, ese amor a la palabra. Es una cuestión que he tratado de explicar a mis alumnos y una convicción que he tratado de compartir con ellos. Sin saber manejar correctamente los recursos del lenguaje, no somos capaces de compartir nuestras ideas, gustos, apegos, amores y desamores, y no somo capaces siquiera de hacernos entender, de defender nuestros proyectos y luchar por nosotros mismos.
         Lo sabía muy bien Mariano José de Larra, escritor, periodista, dramaturgo ocasional y crítico literario, que hubo de aprender un nuevo idioma cuando tuvo que marchar a los seis años con toda su familia a Francia, porque el padre había colaborado con el gobierno de José Bonaparte. Quizás, siendo tan niño, aquel cambio lo viviera como una novedad, una aventura, a la que pronto pudo acostumbrarse, lo que ya no me parece tan factible es que, cuando hubo de volver a los nueve años, y cursar unos estudios en un idioma que habría quedado limitado al ámbito familiar, la readaptación fuera sencilla. Por eso, cuando, siendo ya escritor reputado, hubo de enfrentarse a la tarea de escribir en francés, la empresa le pareciera, si no hercúlea, al menos sí bastante complicada, a pesar de que su labor como traductor de comedias francesas lo mantenía familiarizado con el francés.
          Todas esas vivencias, debieron hacerlo muy consciente de lo que valía el idioma, de lo difícil que era usarlo de forma correcta y precisa, y de la ligereza con que muchos escritores se servían de lo que era su herramienta de trabajo.
          Claro que no eran los únicos, los políticos estragaban, retorcían, el idioma, daban vueltas a las palabras hasta vaciarlas de contenido y, más que hacerse entender por el pueblo, trabajaban con ahínco por engañarlo, por confundirlo, así que, para tratar de acabar con esta pesadilla filológica, invirtió muchas horas en elaborar un Diccionario, en el que, al parecer, estuvo trabajando hasta el fin de sus días.
          Pero, al advertir el poder de la palabra y lo poco dispuestos que estaban algunos a ceder su hegemonía, y al darse cuenta de la alianza de algunos periódicos con los políticos, decidió hacerles frente:


¿Ha dicho usted «hidra de la discordia», «justicia», «procomún», «horizonte», «iris» y «legalidad»? Ved enseguida a los pueblos palmotear, hacer versos, levantar arcos, poner inscripciones. ¡Maravilloso don de la palabra! ¡Fácil felicidad! Después de un breve diccionario de palabras de época, tómese usted el tiempo que quiera: con sólo decir «mañana» de cuando en cuando y echarles palabras todos los días, como echaba Eneas la torta al Cancerbero, duerma usted tranquilo sobre sus laureles.
Tal es la historia de todos los pueblos, tal la historia del hombre... Palabras todo, ruido, confusión: positivo, nada. ¡Bienaventurados los que no hablan, porque ellos se entienden! Fígaro. («Las palabras», Revista Española, nº 209, 8 de mayo de 1834).

Así que luchó también, sobre todo, para que ningún político, ningún empresario, consiguiera silenciar su palabra, porque con ella, a través de la crítica, y de la sátira, podía abrir los ojos, las mentes de sus lectores y cambiar el mundo, o, al menos, intentarlo. 
          Esa es una de las metas a las que un filólogo, y un profesor, debe aspirar, así que, sin caer en el intento, espero seguir compartiendo con Larra ese sueño.

miércoles, 3 de julio de 2013

Café, copa y puro. La sobremesa (II)

El valenciano Joan Timoneda publicó en su tierra El sobremesa y alivio de caminantes en 1569. Se trata de una colección de la que existe edición digital de Alberto Vidal Crespo, realizada a partir de un ejemplar de la Biblioteca Nacional, en la que se contienen «affables y graciosos dichos, cuentos heroycos y de mucha sentencia y doctrina. Agora de nuevo añadido por el mismo autor, assí en los cuentos como en las memorias de España y Valencia», y es que Timoneda  había incluido en un solo volumen la mencionada Memoria Hispanea junto con el Sobremesa y alivio de caminantes, la Memoria Valentina y la Memoria poética, obras todas su inventiva, como recoge la edición de Mª José García Folgado.
          Desgraciadamente, Timoneda no explica el título de la obra, sino que se limita a repetir en los preliminares de la primera parte que «se contienenen muy apazibles y graciosos cuentos, y dichos muy facetos», para dar principio inmediatamente al que comienza «Un tamborinero tenía una mujer tan contraria a su opinión que nunca cosa que le rogara podía acabar con ella que la hiziesse». En los preliminares de la segunda advertía «Segunda parte del Sobremesa y Alivio de caminantes, en el qual se contienen elegantíssimos dichos y sabias respuestas, y exemplos agudíssimos para saberlos contar en esta humana vía» y daba comienzo al cuento I «Haziendo un capitán cierta compañía de soldados, vino a recoger tantos que, haciendo resseña de todos, despidió muchos». Ya se ve que la crisis no es algo nuevo, aunque esto no nos pueda consolar.
          Volviendo al título de la obra de Timoneda, es evidente que su colección de cuentecillos jocosos, como solía denominarlos Chevalier, estaba destinada a entretener la conversación y distraer las penas del camino, fuera este real o vital, pero lo cierto es que no sabemos si este uso de la palabra sobremesa estaba reducido al ámbito valenciano. Lo que sí podemos comprobar es que Timoneda facilitaba la transmisión oral de estos cuentos, que, procedieran o no de la cultura popular pasaban así a la cultura letrada, erudita o no, y fijaba una tradición literaria de los mismos.
          Este tipo de colección, aunque de carácter narrativo, difería notablemente de la que había dado a la luz algunos años antes el mismo Timoneda en El Patrañuelo, impresa también en Valencia por Joan Mey en 1567. Efectivamente, como aseguraba en la «Epístola al amantísimo lector», «Patrañuelo deriva de patraña, y patraña no es otra cosa sino una fingida traza, tan lindamente amplificada y compuesta, que parece que trae alguna apariencia de verdad. Y así, semejantes marañas las intitula mi lengua natural valenciana rondalles, y la toscana novelas», de modo que las que siguen a continuación son narraciones de mayor extensión, algunas de ellas procedentes del italiano Mateo Bandello.
En todo caso, es cierto que, también María de Zayas en su Desengaños amorosos. Parte segunda del Sarao y Entretenimiento honesto incluye también una alusión:

«Acabóse la comida, y Roseleta se retiró, rabiando de cólera, y don Pedro y su amigo se salieron a pasear, don Juan bien contento por haber declarado su amor a la dama. Muchos días pasaron que no pudo don Juan tornar a decir más palabras a la dama, porque ella se recataba tanto y huía de no darle más atrevimiento, que ya le pesaba de haberle tenido, por no perder su vista; porque Roseleta, muchas veces, por no salir a comer con don Juan, fingía repentinos accidentes, y otras que no lo podía excusar, no alzaba los ojos a mirarle. Y un día que ya todos tres habían acabado de comer y estaban sobre mesa platicando, no habiendo podido Roseleta excusar el no hallarse presente, don Pedro preguntó a don Juan cómo le iba con los amores de Angeliana».(REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. [3-07-2013]) 

El uso del cuento y del dicho facetoso para amenizar la conversación lo recoge Castiglione en su obre El Cortesano y de él pasará a otros autores del teatro renacentista y del Siglo de Oro español, así como a la narrativa de Juan Valera, de la que he hablado en otra ocasión. Este uso conversacional se mantiene en las tertulias del XVIII y eso justifica que el cuento en el XVIII pueda seguir vivo en colecciones de narrativa breve, como he anotado en mi Antología del cuento del siglo XVIII. Entre estas, resulta oportuno recordar para esta ocasión los dos volúmentes de El café (1792, 94), de Alejandro Moya, que reúne en torno a varias mesas la conversación mantenida entre varios personajes,salpicada de chistes, anécdotas, aventuras, e incluso la narración de novelas.
La comedia nueva o el café. Edición ilustrada 1825.
Por otra parte, El café como espacio de sociabilidad había sido el lugar elegido para una comedia de Moratín, La comedia nueva o el café, un sainete de Juan Ignacio González del Castillo, El café de Cádiz, así como uno de los lugares favoritos de las obras que recrean la sociabilidad política del Cádiz de las Cortes, como he comentado en otro lugar. Sería interminable recorrer las novelas que eligen el café para situar algunas de sus escenas fundamentales, pero creo que resulta muy interesante asomarse al mundo recreado por una de las más importantes novelas del XIX, La Regenta, de lo que me ocuparé en la entrada siguiente.

martes, 2 de julio de 2013

Café, copa y puro. La sobremesa (I)

          Resulta curioso, como siempre, comprobar los usos que recoge el Diccionario de la Real Academia para determinadas palabras. Así, por ejemplo, para sobremesa, en el de 1739, solo se recogía el significado de lo que hoy denominaríamos mantel o tapete: «La cubierta qe se pone encima de la mesa por decencia, limpieza y comodidad», además de la locución «De sobremesa» con el sentido de «inmediatamente a haber comido». No es hasta 1803 que se recoge una segunda acepción, donde se indica que significa lo mismo que sobrecomida o postre, palabra esta de sobrecomida que por primera vez se incorpora al diccionario. Claro que hay que tener en cuenta que «postre» tiene al principio el sentido de «postrero». El diccionirio recoge el uso de hora «postrera» y el sentido de «lo que es último en orden», quedando la alusión a «las frutas dulces y otras  cosas que se sirven al fin de las comidas o banquetes», recogido únicamente en el uso del plural, postres, por el diccionario de 1780.
 
Courbet, Sobremesa en Ornans
        

 Para el diccionario de 1884, «De sobremesa» significa ya «Inmediatamente después de haber acabado de comer y sin levantarse de la mesa» y no es hasta 1899 que la RAE incorpora el uso de sobremesa como «Tiempo que se está a la mesa después de haber comido». Alguna sobremesa tendrían los señores académicos que los iluminaría sobre esta sabrosa acepción.

        



Ramón Casas
  ¿Quiere decir esto que antes no se usaba esta palabra?, ¿que no existía esta costumbre de compartir un rato de ocio, de conversación, inmeditamente después de haber comido? De esto y algo más hablaré mañana en la mesa redonda que tendrá lugar en el curso de verano que lleva por título el de esta entrada. Bien acompañada, eso sí, de dos buenos amigos y contertulios, Jesús Maeso de la Torre y José Manuel Rodríguez Gordillo.