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miércoles, 27 de febrero de 2013

Juan Valera o la magia del relato decimonónico

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Tras una breve introducción donde se repasa el estado de la cuestión sobre el estudio del cuento decimonónico, las relaciones del relato corto con otros géneros literarios próximos como el cuadro de costumbres, y la novela corta, se procede a realizar un somero repaso por la historia del cuento literario, desde su origen oral, sus precedentes medievales y áureos, así como sus deudas con el cuento folclórico, y su cultivo en Andalucía.
A ello le sigue un breve perfil bio-bibliográfico, en el que se trata de profundizar en los motivos por lo que Juan Valera, poeta en su juventud termina decantándose por la narración, y escoge el cuento para desarrollar algunas de sus narraciones más singulares.
Centrada ya en el análisis de los cuentos de Valera, se comprueba que la mayoría de los cuentos responde al modelo optimista de Bremond, y se distinguen los rasgos que caracteriza a los que transcurren en un universo reconocido, de aquellos otros que tienen lugar en un universo extraordinario o fantástico.
Un rasgo que singulariza la práctica cuentística de Valera ––como consecuencia de su defensa del «arte por el arte»–– es la ausencia de elementos paratextuales que traten de sujetar la narración a fines extra-literarios. Otra característica peculiar del arte de Valera es la concepción cervantina de la narración ––desdoblamientos, humor–– desde la que se trata de proponer la lectura como un espacio de juego, presidido por la ironía, entre otros procedimientos narrativos. 
Un análisis del espacio permite comprobar que Valera tiene especial preferencia por los espacios fabulosos del antiguo Oriente, los espacios extraordinarios de sus cuentos fantásticos, y los costumbristas, aunque, en general, su configuración del espacio tiende hacia la desrealización y la utopía. Finalmente se procede a un examen de los personajes, que tienen especial importancia en la narrativa de Valera ––concebida no como reflejo de la realidad, sino como pintura de lo que esta debería ser––. Se trata de aproximar lo prosaico a lo poético, y, para ello, el autor debe huir de lo común y dar entrada a los extraordinario, lo raro, lo ideal; especialmente en el cuento, género que, por ser ––en su opinión–– más cercano a la poesía, acoge mejor incluso que la novela lo inusual, lo poético. Esa condición poética no debe proceder sólo de los elementos maravillosos o fantásticos, sino que también en los cuentos que se desarrollan en un universo ordinario, lo peregrino tiene cabida, con frecuencia, gracias al comportamiento extraordinario, poco común de sus personajes, especialmente los femeninos, seducidos por un ideal, por una ambición superior, que tratan de preservar contra todo tipo de prejuicios, de obstáculos, de normas. Sus cuentos son, pues, morales en sentido amplio, es decir, en cuanto que en ellos asistimos a los debates que tienen los personajes entre sus propias convicciones y las presiones con que los demás tratan de sojuzgarlas.

domingo, 24 de febrero de 2013

«El cautivo de Doña Mencía», de Juan Valera

          El cautivo de Doña Mencía es uno de los cuentos que escribe Juan Valera cuando, retirado de su carrera diplomática a causa su ceguera, pero con la mente muy activa, se vuelca en la creación literaria. Este cuento lo publicará en la revista La Ilustración Española y Americana, el 22 diciembre de 1897, es decir a los 73 años de edad.

El Cautivo de Doña MencíaIlustración de Amando Suárez Couto.
Museo de Pontevedra
          El relato nos cuenta que el mariscal don Diego había encomendado la custodia de un joven prisionero a su prima doña Mencía. El muchacho trata de seducir a su guardiana y ésta se siente, en un principio, tentada de corresponderle, pues ve en él la imagen de su difunto esposo. Pero la amenaza del escándalo entre los guerreros de la hueste, la probabilidad de la calumnia, y la posible pérdida de su hasta entonces inmaculada reputación, hacen que doña Mencía libere al cautivo. Las insinuaciones de su primo, que ponen su honradez en entredicho, provocan que doña Mencía, tras incitar al joven a más altas empresas, decida ingresar en un convento, donde muere cuatro años después.
           Un cuento, pues, en el que, como en otros muchos relatos, la mujer incita al hombre a elevar sus miras. A ello se refiere Margarita Almela Boix en «El cautivo de doña Mencía. El cadijeísmo o la educación sentimental del héroe», y yo misma he analizado esta idea al considerar a su protagonista en encarnación del tipo de la mujer que sacrifica su felicidad, e incluso su vida, al renunciar a su amor[1] ––de forma altruista–– para evitar convertirse para su amado en grave impedimento, en lastre, en el camino ascensional de la fama.



   [1] Actas del I Congreso Internacional sobre don Juan Valera, Cabra (Córdoba), 1997, pp. 323-334.
   [2]  Juan Valera y la magia del relato decimonónico.

martes, 19 de febrero de 2013

Doña Leonor, otra doncella en una cueva (II)

Leonor, animada, no obstante, por la idea de que otra penitente logró reconciliarse con el cielo, gracias al amparo de la quietud y soledad de aquel páramo, decide persistir en su intento de enterrarse en vida en aquella gruta.

PADRE GUARDIÁN
No os engañó el padre Cleto,
pues diez años ha vivido
una santa penitente
en este yermo tranquilo,615
de los hombres ignorada,
de penitencias prodigio.
En nuestra iglesia sus restos
están, y yo los estimo
como la joya más rica620
de esta casa, que, aunque indigno
gobierno, en el santo nombre
de mi padre San Francisco.
La gruta que fue su albergue,
y a que reparos precisos625
se le hicieron, está cerca;
en ese hondo precipicio.
Aún existen en su seno
los humildes utensilios
que usó la santa; a su lado,630
un arroyo cristalino
brota apacible.
Casualmente, llega hasta aquel lugar su caballero, no para salvarla, porque ni siquiera sabe que vive, sino para dirimir la cuestión de honor que Alfonso, el único hermano vivo de Leonor, quiere saldar, al considerarlo el causante de todas las desdichas de su familia, incluido el deshonor de su hermana.
          El destino hará que los enamorados se reconozcan cuando ya ninguno confiaba en que el otro había de vivir y cuando ambos estaban buscando el consuelo en la muerte. La parca los visitará, finalmente, en el momento más inesperado, cuando, en un momento de enorme ironía dramática, parecía que el destino podía volver a sonreírles.

Roberto Scandiuzzi (Padre guardián), Mikhail Agafonov (Don Álvaro) y Dimitra Theodossiou (Leonora) en la escena final de La forza del destino, Teatro Colón, 2012

De que no suceda así se ocupa Alfonso, el instrumento del destino que acabará con la vida de su hermana y con ello abrirá definitivamente al protagonista, transmutado ya en héroe satánico, las puertas del infierno.
El destino será precisamente el que dé título a la ópera que Verdi escribió, por encargo del director de los Teatros Imperialos Rusos, inspirándose en el drama del Duque de Rivas. La ópera se estrenó por primera vez en 1862.

martes, 12 de febrero de 2013

«Historia del centauro azul» (III)



Fanfur estaba tan preocupado de la prudencia de Kamcém, que no dudó un momento de la verdad de sus quejas. Entró en un furor extremado contra Soufél, le hizo cargar de cadenas, sin quererle oír, le condujo él mismo a la cárcel del centauro azul, y echándole en cara su atentado contra el honor de Kamcém, le aseguró que presto le haría padecer una afrentosísima muerte.                     
A estas amenazas, habiendo el centauro echado a reír con tanta fuerza, que hizo temblar las bóvedas de su prisión, el rey quedó más atónito que antes. Estas extraordinarias risadas doblaron su curiosidad, le pidió con instancia le explicase por qué se reía. Le ofreció con esta ocasión darle la libertad, con tal que no le quitase en adelante más ganado, y le aseguró, que si perseveraba en su obstinación le haría morir antes de acabarse aquel día en que estaban.
El centauro azul, más lisonjeado de las promesas de Fanfur, que temeroso de sus amenazas, se arrimó a las barras de su jaula:
Rey de Nanquin le dice, ¿me mantendrás tu palabra?
Te lo juro por mi cabeza replicó Fanfur, atemorizado de oír hablar al centauro por la primera vez.
Haz, pues, que vengan aquí los principales de tu corte, la reina de Kamcém, y todos los esclavos de su comitiva, sin dejar uno replicó el centauro; yo te prometo en su presencia de darte la satisfacción que pides.
El rey estaba tan deseoso de saber la causa de sus risadas, que en aquel instante  mismo mandó llamar a todos los que pedía el centauro azul. Juntos todos, el rey le obligó a hablar; pero habiendo declarado primero que no se explicaría, si antes no quitaban los hierros a Soufél. No se hubo bien acabado de ejecutar su voluntad, cuando habló a Fanfur de esta manera:
Rey de Nanquin,  si yo echo a reír al encuentro de un entierro de un joven, fue por haber visto llorar amargamente al que se creía ser su padre, mientras que uno de los que allí asistían, y que aun mantiene un comercio carnal con la mujer de aquel buen hombre, de que tuvo aquel hijo, se reía con todas sus fuerzas,  y no podía dejar de reírse dentro de sí mismo del dolor del marido de su dama,  por la pérdida de un hijo, en que el no tenía parte alguna.
¿Quién no se hubiera reído todavía oyendo a mil ladrones que han robado, y todos los días roban inmensas sumas al público, cuyas sanguijuelas son? ¿Quién no se riera, digo, de oírles alabar tu justicia, por haber hecho ahorcar a un mozo a quien la necesidad de mantenerse a sí, y a su mujer y cuatro hijos,  obligó a tomar de uno de ellos diez cequíes[1], cuando si decían la verdad, el que fue robado merecía por sus hurtos estar en lugar del ladrón?
Aquí el centauro paró, y fingió no querer hablar más; pero habiéndole Fanfur instado de nuevo:
Rey de Nanquin dijo, no me obligues a explicarme sobre lo que resta; más quiero guardar silencio, que descubrirte cosas que te darán pena.
Este discurso picó aun más la curiosidad del rey.
Por más desagradable que pueda ser lo que tienes que decirme le respondió, no lo dilates. Yo te conjuro a que no me lo ocultes.
           Tú lo quieres así, y bien, pues, ¿podía yo menos de reírme de gana, oyendo a tu pueblo gritar en voz alta «Viva el bravo Soufél, viva el vencedor del centauro azul», sabiendo que los hábitos de este joven ocultan una beldad exquisita, por quien el Príncipe tu hijo, que no es muerto aún, siente una pasión violenta?


[1] Cequíes. Plural de «cequí». «Moneda antigua de oro, acuñada en varios estados de Europa, especialmente en Venecia, y que, admitida en el comercio de África, recibió de los árabes este nombre».

miércoles, 6 de febrero de 2013

Doña Leonor, otra doncella en una cueva

La doncella que ahora me ocupa es Leonor, la protagonista de Don Álvaro o la fuerza del sino, el drama romántico que Ángel Saavedra, el Duque de Rivas, estrenó en 1835 y que está considerado como una de las mejores obras del Romanticismo español.
Figurín de Doña Leonor, realizado por Miquel Xirgu.
Archivo Xavier Rius Xirgu

          Leonor es efectivamente una doncella que, sin embargo, ha puesto en riesgo su honor al tratar de huir con un apuesto y joven indiano, Don Álvaro, siendo sorprendida por su padre que trata de impedir la romántica aventura y es asesinado accidentalmente por el protagonista. 
         Desconsolada, creyendo que su enamorado también ha muerto, huye de su casa y durante un año permanece escondida en casa de una tía suya, pero allí no encuentra la paz y vive atormentada por 

los espectros y fantasmas570
que siempre en redor he visto.

Hasta que cansada de sufrir, decide buscar la liberación y pide socorro al padre guardián de un convento.
Es entonces cuando parece encontrar cierta tranquilidad:

Ya no me sigue la sombra
sangrienta del padre mío,
ni escucho sus maldiciones,
ni su horrenda herida miro,575
ni...

Leonor confía en encontrar lo que busca, pero el destino no parece estar de su lado. La luna parece proyectar una luz negativa, que la protagonista no tarda en reconocer.

Escena III

El teatro representa una plataforma en la ladera de una áspera montaña. A la izquierda precipicios y derrumbaderos. Al frente, un profundo valle atravesado por un riachuelo, en cuya margen se ve, a lo lejos, la villa de Hornachuelos, terminando el fondo en altas montañas. A la derecha, la fachada del convento de los Ángeles, de pobre y humilde arquitectura. La gran puerta de la iglesia cerrada, pero practicable, y sobre ella una claraboya de medio punto por donde se verá el resplandor de las luces interiores; más hacia el proscenio, la puerta de la portería, también practicable y cerrada; en medio de ella una mirilla o gatera, que se abre y se cierra, y al lado el cordón de una campanilla. En medio de la escena habrá una gran Cruz de piedra tosca y corroída por el tiempo, puesta sobre cuatro gradas que puedan servir de asiento. Estará todo iluminado por una luna clarísima. Se oirá dentro de la iglesia el órgano, y cantar maitines al coro de los frailes, y saldrá como subiendo por la izquierda DOÑA LEONOR, muy fatigada y vestida de hombre con un gabán de mangas, sombrero gacho y botines.


       Estoy de miedo y de cansancio muerta.
       (Se sienta mirando en rededor y luego al cielo.) 
       ¡Qué asperezas! ¡Qué hermosa y clara luna!
       ¡La misma que hace un año                                                               425
       vio la mudanza atroz de mi Fortuna,
       y abrirse los infiernos en mi daño!

viernes, 1 de febrero de 2013

Con «El Roto» en «Presencias literarias» de la UCA

Fue una velada magnífica, no es que dijera nada inusual o no, al menos, fuera de lo que cabía esperar de él, pero sí densa, y eso que algunas ideas quedaron meramente apuntadas.

Creo que del encuentro de ayer, nos quedó muy claro que no le gusta una pizca la televisión y que tampoco internet -un invento de la CIA- le ofrece simpatías ni, desde luego, garantía. También nos llegó su defensa del periódico impreso, un documento que no se presta tan fácilmente a la manipulación y que queda, como tal, registrado e inventariado en las hemerotecas.
         Se adscribió muy cláramente al periodismo satírico, que busca su materia no en la actualidad sino en lo erróneo del ser humano y, por tanto, debe ser corregido. También me interesó mucho su defensa de la unión entre la literatura y el dibujo, los dos lenguajes que, de forma inseparable, le sirven para expresar su particular denuncia y crítica de la humanidad, pues es lo humano, no lo colectivo, lo que le interesa, aunque su humor pueda incidir en la sociedad y ser testigo de una época.
         En tercer lugar, y habría mucha más tela que cortar, su defensa del hombre. A pesar de los errores, a pesar de los tintes, a veces apocalípticos, hay siempre una puerta abierta a la esperanza.
De lo que quedó en el tintero, me gustaría conocer su definición del humor, que dijo, partir de la de Freud, pero con una interpretación personal. Cuando me documentaba para mi tesina, la edición de los Cuentos gaditanos de Pedro Ibáñez-Pacheco, estuve estudiando este tema, al que «El Roto» se refirió también al hablar de la chispa y la confrontación entre dos ideas que pueden parecer dispares, pero que al rozarse dan lugar a ese efecto humorístico.