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viernes, 11 de enero de 2013

Historia del centauro azul (II)

XLV QUARTO DE HORA.
Gulguli-Chemamé vio con sorpresa esta gran risa, y se la aumentó la admiración,  cuando un poco más lejos, pasando delante de una plaza, el centauro aún dio mayores carcajadas a la vista del pueblo que estaba mirando con alegría a un ladrón mozo pendiente de una horca, en que poco antes le habían colgado.
Cuanto más se reía el centauro,  tanto más crecía el pasmo de la princesa de Tesis,  y del pueblo que le seguía en grandes tropas. Continuaban siempre su camino; pero cuando llegaron delante del palacio de Fanfur, y que gritaron «Viva,  viva mil veces el bravo e intrépido Soufél»,  entonces fue cuando el centauro, se reía más fuerte que hasta allí.


El rey baja a la plaza de la mano de Kamcém

A estos gritos bajó el rey a la plaza de su palacio, tenía a la reina Kamcém de la mano. El centauro la miró de hito en hito, después echó la vista sobre las damas de su comitiva,  y examinándolas una tras otra, sus risadas se duplicaron de[1] tal suerte entonces, que el rey y todos los circunstantes quedaron atónitos sobre manera.
Fanfur pregunto a Gulguli-Chemamé la obligación de aquella risa tan desmesurada. Ella le dijo que no sabía la causa, y, habiéndole contado todo lo que pasó desde que cogió al centauro, el rey le preguntó a él mismo; pero no le pudo sacar respuesta alguna. Y, habiéndole hecho encerrar en una jaula doble de hierro,  de que mandó hacer dos llaves, guardó él la una y la otra dio a Gulguli-Chemamé, que no faltaba, como tampoco este monarca,  en ir dos veces cada día a ver al centauro, a quien se hacía todo género de buen tratamiento.
Kamcém, que había hecho la cuenta de estar libre de Soufél, fue grandemente sorprendida de verle volver de un paraje,  donde ella no le había enviado sino para hacerle perecer en él. Su amor cogió nuevas fuerzas a vista de un príncipe tan cabal, y resolvió hacer el último esfuerzo para atraérsele, y le hizo llamar bajo el pretexto de darle el parabién de la victoria.
Gulguli-Chemamé no se atrevió a desobedecer; fuese al gabinete de Kamcém, y la  halló allí sola.
Señor le dice esta mujer, yo os he cubierto de gloria, procurando daros la muerte; básteos esta prueba. Yo os amo, no obstante vuestros desprecios, y no fingiré en confesaros que moriría de sentimiento si a vos os hubiese muerto el monstruo; pero creed que tengo nuevos medios para hacer cierta vuestra perdición, en caso que vuestro corazón insensible no corresponda al excesivo amor que os profeso. Dejaos herir, Señor.
No señora interrumpió Soufél, por más poder que tengáis sobre el espíritu del rey ni vuestros ruegos ni vuestras amenazas me obligarán a hacer nada contra mi deber. Perded las esperanzas, de engañarme y temblad, que por remate no ponga en noticia de este monarca vuestra indigna pasión. 
Kamcém se enfureció con estas palabras.
Pérfido le dice, no llevarás adelante el insulto que haces a mi hermosura.
Al mismo tiempo, se arañó la cara, gritó con todas sus fuerzas, y, mandando a muchos eunucos, que a sus gritos habían entrado en su aposento, arrestar a Soufél, corrió toda bañada en lágrimas, a pedir venganza al rey del ultraje que el príncipe de la Georgia acababa de hacerla, intentando manchar su honor.
[Continuará]



[1] Corrijo la errata «del» por «de».

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