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jueves, 13 de diciembre de 2012

El diario bélico-político de Frasquita Larrea (I)

          Como es bien sabido, Frasquita Larrea decidió tener al tanto a su marido, Juan Nicolás Böhl de Faber, de la marcha de la guerra y la política española.
         Efectivamente, tras las primeras cartas en que Frasquita da rienda suelta a la felicidad que siente por reencontrarse en los campos de su juventud, a finales de 1807 muestra los primeros signos de preocupación y el 20 de noviembre confesará a su esposo la inquietud que le producen el nuevo giro de los suceso políticos: «Solano ha salido para el ejército de Portugal. ¿Qué se nos prepara? Es una pregunta que me hago algunas veces y a la cual no me atrevo a contestarme, porque hierve mi sangre en las venas» [1]. 
Sus amigos, entre ellos el Padre Gil, le envían novedades sobre la ocupación de los franceses de Cataluña (11 de marzo de 1808) y le angustian las noticias sobre el ejército, así como las disposiciones tomadas por el gobernador Cayetano Valdés, pero su mayor perplejidad procede de la reacción de la Iglesia y la Monarquía: «Parece que Solano y su ejército salieron de Setúbal el 2 de marzo, que se encaminan a Badajoz y de allí a Cádiz. Está dispuesta una diputación de Lisboa compuesta del Inquisidor Serena y de algunos de la casa de Braganza, para dar gracias a Napoleón por los singulares favores con que los ha honrado». Con frecuencia la alteran la rapidez con la que se suceden los hechos: «Nuestras cabezas están alborotadas. Verás por los papeles inclusos, que ya la política debe interesarme». 
     Ya en abril de 1808, decide trasladar a su marido «un pequeño diario de los acontecimientos públicos de nuestra España, bien persuadida de que te han de interesar. Porque ¿quién no ha de querer una nación tan noble, tan generosa, tan leal?»[2]. Y así, el 12 anota: «Verás por mi diario el estado de las cosas políticas pero lo que no puedes ver, y es lo más admirable, es el estado de los espíritus»
           El día 22 recibe noticias de Cádiz a través de su amigo José Joaquín de Mora: «Ayer tuvimos aquí una función muy augusta y respetable, una procesión de rogativa por el Rey, en quien iban las comunidades, la oficialidad, el clero, el obispo, los cabildos el gobernador y los regimientos».
          Tras un pasajero desencanto provocado por la actitud condescendiente de Godoy, ante los requerimientos de Napoleón –Fernando VII sale a Bayona por Irún el 23 de abril, y que le hace exclamar «El patriotismo me había electrizado, el honor nacional se había despertado en mi alma, cercado de todas las imágenes gloriosas de nuestros antepasados y mi imaginación preveía con enajenamiento el feliz porvenir de la España. Todo acabó. La España ha vuelto a degradarse», el 29 de abril le pide a su marido que trate de conseguir todo lo que se publica y que ella no podrá adquirir: «¡Procúrate los decretos, las proclamas, etc., sobre todo la que se hizo al leal pueblo de Vitoria!, por mis manos no han de pasar. ¡Y llora sobre estos nobles españoles!»[3].
         Un mes más tarde vuelve a respirar herida en su patriotismo y decepcionada de la política: «Tuve la sencillez de meterme a política por algunos momentos. Fácil a entusiasmarme por lo grande y lo noble en todo género, y por la virtud, mi corazón palpitaba de gloria y esperanza. ¡La caída ha sido cruel». La noticia de que el día de San Fernando se jurará por el rey vuelve a darle ánimos, pero la amenaza de la guerra vuelve a ensombrecer su espíritu. Las noticias son cada vez más preocupantes y no se sabe bien cuál es mayor enemigo: «Todos se vienen a Chiclana. Se teme un bombardeo de los ingleses en Cádiz. Ayer atolondraba el ruido de los carruajes y hacía un funesto contraste con el abatido silencio de los que se paseaban por el camino». Aún no se han producido las señales de amistad de los británicos y todo hace temer lo peor.
         Durante nueve meses las cartas que se cruza el matrimonio se pierden, pero sabemos que en ellos su corazón vuelve a enardecerse, hasta el punto de que Frasquita levanta la voz para dirigirse a sus paisanas, en un primer intento quizás de trascender la esfera doméstica y realizar una incursión en la arena pública. Producto de esta actividad es  la proclama titulada «Saluda una aldeana española a sus patricias» o «compatricias», en otras versiones, fechada a 10 de julio de 1808, que publiqué por primera vez en 2006, al encontrarla en el tomo IV de una colección de folletos de similar alcance patriótico, la Demostración de la lealtad española: Colección de proclamas, bandos,  órdenes, discursos, estados de ejército, y relaciones de batallas publicadas por las Juntas de Gobierno,  o por algunos particulares en las actuales circunstancias. En ella la proclama de Frasquita aparece firmada con el seudónimo «Laura» [4].
          Las anotaciones de este diario bélico continúan a finales de octubre, pero esto será objeto de otra entrada.


[1] Carta datada en Chiclana a 11 de marzo de 1808. Cf., Antonio Orozco Acuaviva, La gaditana Frasquita Larrea. Primera romántica española, pág. 233
[2] Sobre este particular he publicado, «El discurso de Frasquita Larrea y la politización del Romanticismo», en Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, nº, 2003, págs. 3-13. También, «El patriotismo anticonstitucional de una mujer gaditana: Frasquita Larrea (1775-1838)», en La ilusión constitucional. Pueblo, Patria, Nación. Actas del XI Congreso de Ilustración al Romanticismo, 2004, págs. 129-142..
[3] Marieta Cantos Casenave (ed.), Los episodios de Trafalgar y las Cortes de Cádiz en las plumas de Frasquita Larrea y Fernán Caballero, Diputación Provincial de Cádiz, Cádiz, 2006, págs.
[4] Ibídem, págs. También aparece reseñado y comentado en relación con lo que ella considera un diferenciado concepto del patriotismo femenino en mi estudio de 2008, Las «Las mujeres en la prensa entre la Ilustración y el Romanticismo», en La Guerra de Pluma, III, págs. 157-334. Ver también «La guerra de pluma y la conquista femenina de la tribuna pública», en Pedro Rújula y Jordi Canals, Guerra de ideas: política y cultura en la España de la Guerra de la Independencia, Marcial Pons, 2011, págs. 211-237 

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