Dos notas que del laúd
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domingo, 30 de diciembre de 2012
Dos rojas lenguas de fuego, la rima XXIV de Bécquer
Dos notas que del laúd
jueves, 27 de diciembre de 2012
Autos de Navidad de «La Tía Norica»
Diario de Cádiz |
viernes, 21 de diciembre de 2012
Los Cuentos gaditanos de Pedro Ibáñez-Pacheco
Un buen consejo, de un mejor amigo, me puso al tanto de la existencia de los Cuentos gaditanos de Pedro Ibáñez-Pacheco, un volumen de cuentecillos jocosos, costumbristas, con no pocos ingredientes satíricos, que su autor había publicado primero en la prensa periódica. Efectivamente, este escritor nacido en El Puerto de Santa María el 30 de noviembre de 1833, en el seno de una familia de clase acomodada, compuesta por sus padres, Jacinto Ibáñez‑Pacheco y Sánchez y María Dolores Gállaga y Belaustegui, y el primogénito, Jacinto. Desde febrero de 1876, Pedro era colaborador asiduo de la revista La Verdad.Y es allí, donde desde el día 17 del mismo mes y año había empezado a publicar una serie de «romances», que alterna con algún que otro tipo de composición. En todo caso, aquellos no eran en realidad coplas populares, sino una especie de cuentos, en romance octosilábico, que luego verían la luz bajo el mencionado título.
Historia del centauro azul
La entrega de la banda encantada y la espada. Ilustración de la edición de Calleja. |
[2] Copio aquí la nota del autor a otro pasaje. «Los bonces son especie de clérigos de China».
Más información en mi Antología del cuento español del siglo XVIII, Cátedra, Madrid, 2005.
martes, 18 de diciembre de 2012
Maus, ¿una novela gráfica entre la literatura y el reportaje?
Maus |
El País. |
viernes, 14 de diciembre de 2012
El primer cuento de Hans Christian Andersen
Se trata de una copia manuscrita heterógrafa -no realizada por el autor- de un relato que H.C. Andersen debió componer entre 1822 y 1826.
Primera página del manuscrito. Fuente AFP/ El País. |
Más información, en la noticia de El País, que hoy ofrece su traducción al español en versión de Enrique Bernárdez.
jueves, 13 de diciembre de 2012
El diario bélico-político de Frasquita Larrea (I)
Sus amigos, entre ellos el Padre Gil, le envían novedades sobre la ocupación de los franceses de Cataluña (11 de marzo de 1808) y le angustian las noticias sobre el ejército, así como las disposiciones tomadas por el gobernador Cayetano Valdés, pero su mayor perplejidad procede de la reacción de la Iglesia y la Monarquía: «Parece que Solano y su ejército salieron de Setúbal el 2 de marzo, que se encaminan a Badajoz y de allí a Cádiz. Está dispuesta una diputación de Lisboa compuesta del Inquisidor Serena y de algunos de la casa de Braganza, para dar gracias a Napoleón por los singulares favores con que los ha honrado». Con frecuencia la alteran la rapidez con la que se suceden los hechos: «Nuestras cabezas están alborotadas. Verás por los papeles inclusos, que ya la política debe interesarme».
Ya en abril de 1808, decide trasladar a su marido «un pequeño diario de los acontecimientos públicos de nuestra España, bien persuadida de que te han de interesar. Porque ¿quién no ha de querer una nación tan noble, tan generosa, tan leal?»[2]. Y así, el 12 anota: «Verás por mi diario el estado de las cosas políticas pero lo que no puedes ver, y es lo más admirable, es el estado de los espíritus»
El día 22 recibe noticias de Cádiz a través de su amigo José Joaquín de Mora: «Ayer tuvimos aquí una función muy augusta y respetable, una procesión de rogativa por el Rey, en quien iban las comunidades, la oficialidad, el clero, el obispo, los cabildos el gobernador y los regimientos».
Tras un pasajero desencanto provocado por la actitud condescendiente de Godoy, ante los requerimientos de Napoleón –Fernando VII sale a Bayona por Irún el 23 de abril–, y que le hace exclamar «El patriotismo me había electrizado, el honor nacional se había despertado en mi alma, cercado de todas las imágenes gloriosas de nuestros antepasados y mi imaginación preveía con enajenamiento el feliz porvenir de la España. Todo acabó. La España ha vuelto a degradarse», el 29 de abril le pide a su marido que trate de conseguir todo lo que se publica y que ella no podrá adquirir: «¡Procúrate los decretos, las proclamas, etc., sobre todo la que se hizo al leal pueblo de Vitoria!, por mis manos no han de pasar. ¡Y llora sobre estos nobles españoles!»[3].
sábado, 8 de diciembre de 2012
El «Quijote» y el «quijotismo» en la prensa del Setencientos. «El Censor»
En un siglo de crisis -del verbo κρισις (krisis) y este del verbo κρινειν (
En la misma medida puede entenderse que el periodismo del siglo XVIII, tan atento ya en estos años a la moral -esto eso a las «mores», costumbres- de su época, no perdiera oportunidad para enjuiciar la conducta de su sociedad, el comportamiento social, los hábitos de sus paisanos y, en este sentido, es en el que hay que entender el fundamento y el propósito de uno de los periódicos más importantes de esta centuria, El Censor, en cuyo primer discurso, que sirve de prospecto, el periodista, al explicar el sentido de la máscara tras la que se esconde, justifica el tono y el objeto de su visión crítica:
«Algo más que mi semblante me parece digno de la curiosidad del público mi carader, que no dexa de ser bastantemente extraño. Por otra parte, siendo una de las cosas que me propongo en esta obra representar los de otros, que me parezcan particulares, es muy justo que empiece por el mío, y que su descripción aparezca a la frente de todos ellos. Asi procuraré trazar mi retrato moral en el presente discurso, que informando al mismo tiempo a mis Lectores de los motivos que me han empeñado en ser Escritor público, podrá servir de prologo a los que se sigan. Consiste principalmente la estrañeza de mi carafter en una razón tan sumamente delicada, que nada apenas de quanto se la presenta merece su aprocion, y en un genio tan en extremo vivo y arisco que nada puede sufrir que no la logre, y que en las cosas que debieran serle mas indiferentes se interesa con la mayor viveza. Uno y otro se descubrió en mí desde muy niño».
No obstante, será en el nº 68, cuando se presente a sí mismo como un nuevo Don Quijote, enajenado por descubri todo tipo de errores:
«Sí, Señores, el Censor es, y lo tiene a mucha honra, mui semejante a un Don Quijote del mundo filosófico, que corre por todos sus países en demanda de las aventuras, procurando desfacer errores de todo género, y enderezar tuertos y sinrazones de toda especie, pertenezcan unos y otros a la materia que pertenecieren. He aqui su manía. Intento verdaderamente loco; ya por la cortedad de sus fuerzas, ya por la debilidad de sus armas. Razoncitas, discursitos que cuando mas llenan un pliego y alguna satirilla tan débil como una caña, miren qué baterías de cañones o qué buenos doblones de a ocho, para que hubiesen de convencer o persuadir a nadie en el mundo».
Así lo hará y a cambio, como preveía, el periódico recibirá numerosos ataques hasta el punto de que varios números serían denunciados a la censura y se produciría tal campaña en su contra que finalmente el gobierno decidiría pagar una pensión a su autor para que dejara de escribir. Pero eso es ya otra triste historia.
En todo caso, su sátira no resultó vana y su ejemplo cundió. Con mayor o menor fortuna, otros periódicos -entre ellos uno gaditano, El Argonauta Español- volverían a traer a sus páginas al personaje del Quijote y su afán crítico contra errores e injusticias. Un modelo, que, por cierto, no acabó en el Setecientos y que, como bien estudia un doctor en ciernes ha dado numerosos ejemplos en los periódicos y, particularmente, los folletos ensoñadores de los años de las Cortes y la Guerra de la Independencia.